Estoy escribiendo un libro de crónicas sobre el aluvión -o más bien los aluviones- que en marzo del 2015 azotaron a diversas localidades de Atacama, en una catástrofe gigantesca y que dejó muchas historias, algunas tan dramáticas que el testimonio directo de sus protagonistas me parece la mejor forma de hacer de narrarlas. Quise aportar recogiéndolas antes de que se sumerjan en el barro del olvido.
Aquí va esta crónica del testimonio de una temporera en San Antonio, valle de Copiapó. Como dato, debo decir que el 90 por ciento de dicha localidad fue arrasada.
Aluvión en San Antonio
Yo vengo de Arica, llevo
siete años trabajando aquí en el Valle de Copiapó ya que en mi ciudad no hay
pega, y el que hay es muy mal pagado y no alcanza ni para sobrevivir. Dejo a
mis hijos en Arica, y vengo por largas temporada acá y estoy en Arica un mes,
después vuelvo para acá, un par de meses más.
Lo que pasó la noche del
aluvión fue prácticamente algo de película. No podía creer lo que estaba
viviendo. Esa noche yo estaba muy inquieta por la lluvia. En mi ciudad no
llueve. No hay truenos, relámpagos, nada.
Estaba muy inquieta por la lluvia, era demasiado, más que la noche
anterior, los truenos, relámpagos, era como que nosotras estábamos dentro del
cielo. Yo me levantaba a cada rato a ver qué sucedía. En eso escucho un ruido, que
venía pero no sabía de dónde, salí a asomarme nuevamente.
-Vistámonos, porque este
ruido no es normal, de algún lugar viene, no sé de qué parte, chiquillas - les
dije a mis compañeras de la pieza y empecé a despertarlas- levántense, vístanse, porque algo va a pasar.
Me vestí, fui al baño,
cuando iba llegando vi entrar agua
limpia, venía del campamento de los hombres, se atravesó en mi camino cuando
escuché gritos desde allá, ese ruido era mucho más grande. Y en eso
venía un container con gente
arriba, explotó el baño, salió todo, fuertemente, era como una ola de mar. Así entró
el barro destruyendo todo. Lo único que hice fue correr y despertar a mis
compañeras de las otras piezas.
-Levántense, levántense, se
viene el barro, levántense.
Y en eso vi que venían más containers que venían destrozando las
piezas. Mis compañeras empezaron a salir, no entendían lo que pasaba, estaba
todo oscuro, no sabíamos para dónde arrancar, en la desesperación tratamos de
subir las paredes pero no se podía, alguna subía al techo de un container. Fue todo muy rápido, nos
quedamos todas aprisionadas, en la zona de emergencia, no pudimos salir porque
el cierre perimetral estaba cerrado con rejas como de dos metros, y arriba
habían alambres de púas. Traté de subir el muro que daba al hostal y me caí,
muy fuerte, pero no sentí el dolor yo creo que con la desesperación, la
adrenalina, no sé. Volví a intentarlo y logré subir.
Cuando voy subiendo miré
hacia atrás y estaba todo destruido, el barro llevándose a mis compañeras,
rezaban, gritaban, lloraban, suplicaban, trataban de subir las rejas, era un
horror, yo salté hacia el otro lado del Hostal y allí había una cabaña de
cemento, buscando la escalera, la señora pensó que me quería meter a robar, y
yo la pesqué y la subí, había gente en el Hostal, parece que mineros, subimos
todos arriba y desde allí vimos todo el panorama, escuchamos los gritos, vimos
pasar los containers, el barro,
alrededor de nosotros.
En ese momento pensé que me
iba a morir, sinceramente, se me pasó toda mi vida por la cabeza, mis hijos. No
tenía miedo de la muerte, sí del sufrimiento que iban a sentir mis hijos si yo
no estaba, como iban a salir adelante ellos solos, sin mí.
Después de eso escuché
muchos gritos, también yo grité a mis compañeras a ver si alguna me respondía
por ahí, sus nombres, algunas me respondía por allí otras por allá, estaban
todas lejos, dispersas.
En eso se vino otro alud. Escuché
otro ruido y gritos de todos, y de ahí yo no escuché a nadie más. Grité, grité y
grité y nadie me respondía, pensé que
todas habían muerto. No lo podía creer, antes de esto yo decía yo no creo en
Dios, no existe y esa noche yo rezaba, le suplicaba que nos ayudara, que no podíamos
morir así. Habían unas compañeras que estaban conmigo ahí en el techo, me
abrazaban, me decían ‘no me deji’s sola, y nos tratábamos de cobijar y darnos
fuerza.
En la mañana nos fueron a
rescatar, a las siete de la mañana, estuvimos toda la noche mojándonos, con
hipotermina, arriba de esa cabaña. Vi a uno de los campamenteros de la empresa
caminar por entre el barro buscando a la gente. Él estaba muy limpio, muy
tranquilo, fumándose un cigarro, como viendo el panorama.
Vi salir a mis compañeras
del barro como zombis, cuando el muro cayó y las arrastró a todas hacia el otro
lado, gracias a Dios que no alcanzaron a llegar hasta el río, porque las
hubiera venido a dejado por Tierra
Amarilla o Copiapó.
En la mañana llegamos a la
carretera donde había una fogata y no estaban las compañeras, volví a pensar
que estaban muertas. De repente empezaron a llegar unas bajando del cerro,
otras debajo de los parrones, a otras las traían en brazos, gente con los
huesos afuera, brazos quebrados, personas cojeando, traían camillas
improvisadas y otros compañeros que fueron a rescatar a personas, gente del pueblo,
niños y mujeres, que el barro había arrasado. También a nuestros jefes, mis propios compañeros los sacaron del barro,
les salvaron la vida y ahora desmienten todo.
Eran como las diez de la
mañana y seguía lloviendo, teníamos que arrancar porque nos dijeron que venía
el tranque, intentamos subir el cerro, pero estaba todo embarrado, apenas
pudimos subir cuando vimos el cerro que venía otra vez el barro bajando, y
volvimos todas a bajar corriendo, desesperadas mis compañeras tratando de
subirse a cosas altas, árboles, parrones. Yo iba corriendo y como estaba todo
embarrado me caí en un hoyo de los que estaban construyendo para poner estos
tubos de desaladora de agua en toda la orilla de la carretera, y desaparecí en
esa zanja, y cuando salí a flote le rogaba a la gente que iba corriendo que por
favor me ayudaran. Y nadie me auxiliaba, todos corrían y yo no podía salir
porque mientras más me trataba de afirmar en las paredes el barro se iba
desarmando y más me iba quedando enterrada. No sé qué persona habrá sido, pero
alguien tiró su mano y me sacó de un tirón, y seguí corriendo, tratando de
subir otro cerro pero ya era tanto el cansancio que no podía más.
-Bárbara, ya no puedo más - le
dije a mi compañera.
-No. Si tenemos que seguir.
Seguir no más –y me tiraba.
En eso el peso del barro era
tanto que me tuve que sacar la ropa y seguir corriendo así y subir el cerro. Y
ahí nos quedamos hasta que paró la lluvia y se tranquilizó todo. Teníamos
hipotermia, porque estuvimos toda la noche así. Estaban los jefes, asustados,
igual que nosotras, o más, por lo que
nos había sucedido.
El marido andaba buscando a
Sandy, la compañera peruana que estaba embarazada.
-¿Han visto a Sandy?
–preguntaba a todas.
Dos de mis compañeras
dijeron que la vieron morir, aplastada en la pieza con los camarotes, fue
atravesada por unos fierros, la compañera era de terreno, yo no tenía
comunicación con ella, pero la ubicaba aunque teníamos otro horario de trabajo.
A ella la encontraron después a 50 kms debajo de donde estábamos, muerta.
La empresa no hizo nada por
nosotros, no había botiquín para primeros auxilios y habían heridos, los jefes
no hicieron nada, nuestros propios compañeros nos fueron a rescatar, nos
bañaron, nos vistieron, nos llevaron a comer, ellos se organizaron e hicieron
cuadrillas unos para buscar alimentos, otros para buscar con qué curar a las
personas. Había una compañera que sabía primeros auxilios, ella con su marido curaron
a algunas personas y entablillaron.
Los helicópteros de la
empresa que llegaron estuvieron no más de cinco minutos y se iban, sólo
llegaban a dar instrucciones, no fueron a dejarnos comida, ni medicinas,
llevaron heridos sólo la primera vez. Nos
dejaron unos bidones con agua y se fueron.
Estuvimos como tres días
allí, de terror, no dormíamos, nos quedábamos arriba de los árboles, hacíamos
una fogata, para estar alerta porque el refugio estaba al lado de un cerro,
también ahí cayó un alud pero gracias a Dios se desviaron hacia los lados, no
les pasó nada.
Eran muchos días y no nos
rescataban, no sabíamos nada de los jefes, así que nuestros compañeros formaron
otra cuadrilla para ir a buscar ayuda a Copiapó para que nos vinieran a
rescatar. Se levantaron muy temprano y caminaron y llegaron a la planta de
Nantonco que es de la empresa de Frutícola Atacama, y se encontraron con la tv,
los entrevistaron y ellos hablaron todo lo que había pasado, de la gente que estábamos
ahí, como 400 personas de los campamentos, creo que por eso la empresa en ese
minuto sí subió a buscarnos.
Cuando llegaron las
camionetas lo primero que hicieron fue sacar a las mujeres de Capilla, cuando
llegamos a Nantoco, fueron súper fríos con nosotras.
-Ustedes vienen de Capilla?
-Sí.
-Ya.
La ropa que andábamos
trayendo puesta era de otros compañeros. Nos dieron ropa, nos vestimos, y
afuera estaban todos los buses. Mientras íbamos terminando de comer nos subíamos
a los buses, y nos dijeron que de ahí
nos llevaban a Santiago.
-Pero cómo me voy a ir a
Santiago, yo soy de Arica –le dije.
-Es que no hay camino para
allá – me respondió.
Lo único que quería era
salir del valle, así que me fui a Santiago. Nos dijo “van a pasar por Serena,
les van a dar una colación y $50.000”. Llegamos con los buses allá, tuvimos que
hacer unas tremendas colas, nos dieron la plata y la colación, llegamos a
Santiago y nos dejaron en el terminal y se fueron. Y hasta ahí no más tuvimos
contacto con la empresa. Nunca nos llamaron para saber cómo estábamos, si
necesitábamos sicólogo, médico, nada. Lo único que nos llamaron sus representantes
diciéndonos que querían que cobráramos el finiquito que habían $500.000 más de
indemnización para que firmáramos, y muchos lo hicieron porque necesitaban la
plata.
Cuando llegué a Arica me
llegó una carta de la empresa desvinculándome, y yo me sentí súper pisoteada,
hasta el día de hoy tengo impotencia, rabia, mucha pena, yo trabajé mucho
tiempo para ellos, fui una de sus mejores trabajadoras, y así me trataron.