Esta es una crónica que quedó, por razones de espacio y también de casualidad (ya que me gustaba más que otras que sí fueron publicadas) fuera de mi libro "Olas de barro". Pretendía en una segunda edición incluirla, pero ya que no ha sido posible, aquí va:
Llego una mañana de martes a la sede “Llanos de
Atacama” donde se realizará una clase de
Jardín con ruedas, un programa de la Fundación Integra dirigido a párvulos que
no asisten a la educación preescolar regular. Visitan una vez a la semana este sector,
donde trabajan con los niños y niñas y les dejan actividades para sus casas y continuar así, su aprendizaje. Pero esta
será una jornada especial, ya que los niños y niñas asistirán con sus madres y trabajarán su experiencia
con lo que han vivido durante el aluvión, mediante un trabajo preparado por las
educadoras.
Fue una idea de Viviana Aranda, Presidenta de la Junta de Vecinos
Llanos de Atacama, y una de las líderes en lo que fue la tarea de solicitar y canalizar la ayuda para este sector en medio
del aluvión, cuando le conté de la idea
de este libro y que quería obtener la visión también de los niños. “¿Por qué no
le preguntas a los más chicos?” me dijo y conversó con las tías del programa hasta
que esta sesión se concretó.
De pronto, una sede casi vacía, se repleta de pequeñas
mesas, una alfombra colorida de goma eva, trenes con rieles para armar hechos de madera y muchos
papeles y lápices a disposición. Los niños y sus madres van llegando de a poco y se incorporan al juego, donde las tías les plantean desafíos.
Luego hacemos un círculo, con sillas, alrededor de un gran papelógrafo se ubican los niños y sus madres, las
tías, yo fotografío un poco, la asistencia de pronto es una canción
donde cada uno levanta la mano, dicen "hola", los más audaces se paran de su
asiento para sonreírle a los demás. Amanda parece ser la más pequeña y a la que
más le cuesta saludar.
La tía a cargo les recuerda que el año pasado vivieron
momentos distintos, díficiles, ella dice que se asustó y se puso nerviosa, cuando comenzó a llover mucho y el agua se juntó con la tierra, mientras dibuja unas
líneas azules y cafés desde los cerros hasta más abajo, repite mientras sigue
dibujando que después el barro llegó a una casita que estaba por acá y otra más
allá y se llenaron de barro. Les habla con una voz suave, melódica, expresiva,
casi teatral y los niños la miran atentamente. Hasta Tomás, el más inquieto,
queda inmóvil, mientras Amanda abre su boca igual que la carita que dice
asombro. “Alguien se acuerda de una casa con barro” los niños no dejan de
mirarla pero nadie dice nada. La tía les pide que dibujen, y cada uno recibe un
plumón grueso, y dejan otros a disposición, y empiezan a pintar sobre los
cerros, y las nubes y la lluvia, y los niños siguen poniendo una lluvia cada
vez más gruesa, otros han empezado a hacer ríos, charcos, y algo que recuerda al barro, mientras un pequeño se esfuerza por poner otra casa en medio de todo
eso. Arriba hay una ilustración con cuatro
caritas con rostros de niños, la primera de ellas es la que casi todos marcan,
la del niño que se sintió más inquieto, asustado o intranquilo. Pero también
otros prefieren la de la niña, la que tuvo más miedo que antes; sólo uno
prefiere la del niño con tristeza, que se ve llorando.
Andrea Carrizo es la educadora a cargo y estuvo con este mismo
programa en los albergues. Los primeros días tras el aluvión se dedicaron a
ayudar a quienes formaban parte del equipo y se encontraban más afectadas, y durante
estas visitas se dieron cuenta del gran problema que enfrentaban los niños y
niñas, así que se fueron a los albergues, donde se dedicaron a la tarea más urgente:
entregarles un espacio para jugar y canalizar todas las emociones que estaban
sintiendo.
- Había irritabilidad, sensación de miedo, lloraban más, tenían
conductas disruptivas que no se visualizaban, si bien los adultos dentro de las
posibilidades que tenían, trataban de acompañarlos, era inevitable que ellos de
otra forma, quizás no con palabras, mostraran que tenían miedo y estaban
asustados –resume Andrea sobre el estado
de sus párvulos esos días agotadores, donde las apoyaron con una
camioneta cuatro por cuatro para poder pasar por el barro.
No fue nada fácil comenzar a trabajar con los niños y niñas.
Al principio, tenían poco tiempo de atención, querían estar más bien afuera, con
el agravante que las clases eran en el mismo lugar que estaban habitando, hasta
que de a poco pudieron hacerles una rutina diaria, lo que según las educadoras era
importante para que comenzaran a ver su mundo más organizado.
-También nos pasó que habían niños que nos daban relatos
claramente. Había un niñito de nacionalidad boliviana, que le daban miedo las
puertas, porque la suya, por lo que él nos manifestaba, “reventó todo” decía él. Él vio cuando el barro empujó
la puerta y entró. Cuando empezamos a tener el trabajo con familias, la suya nos explicó que tuvieron que ser rescatados de su casa en camiones y cargador
frontal para poder moverse, estuvieron atrapados en el techo durante algunas
horas. Los niños cuando cuentan lo hacen de una forma concreta, por eso él
hablaba de que se reventó la puerta – recuerda la educadora en una conversación que sostenemos durante el recreo.
-En otra ocasión nos pasó que, contando un cuento, súper al
margen de la situación, una familia pasaba por varios obstáculos, entre esos atravesaba
por el barro, una niñita dice ‘no el barro no, que salga de ahí’ – relata
Andrea.
Por eso fueron buscando metodologías que les permitieran a
los más pequeños expresarse. Sabían que debían conversar sobre lo sucedido, pero en forma didáctica,
en relación a dibujos, si alguno quería quizás contar lo que le pasaba, como
era su hogar, porque había varios que les decían “mi casa ya no está, ya no
existe” o “ya no tengo casa”, entonces las tías trataban de ayudarles a superar
lo ocurrido, que soñaran con una nueva, por ejemplo.
Luego les llegaron refuerzos, sicólogos desde Integra las ayudaron a través del fono
infancia, donde atienden profesionales de este disciplina expertos en educación infantil, quienes les entregaron orientaciones respecto a como enfrentar una situación post traumática. Más
adelante contaron con el apoyo de la Unicef, que les hizo capacitaciones sobre
la contención, claro que después que las tías habían hecho las primeras intervenciones
en los albergues. En el balance está que las educadoras tenían conocimientos de
cómo enfrentar situaciones difíciles, pero no precisamente catástrofes sino más bien
del tipo duelos y siempre contaron con el
apoyo de la unidad de protección de derechos que funciona en su dirección regional,
que les proporcionó directrices para que trabajaran desde el enfoque de
reparación de daños, trabajar con las familias y orientación a los
adultos para que escucharan a los más pequeños de la familia.
- Las familias estaban muy preocupadas de ir a limpiar sus
casas, repararlas, pero no paraban y miraban a los niños, que en realidad
necesitaban jugar y contar con un espacio para ellos –puntualiza Andrea.
Después de salir de los albergues, las tías dejaron los
contactos hechos para que cada niño y niña ingresara a un jardín infantil de
tipo convencional.
Como lección, Andrea cree que todos y todas vivimos una gran
catástrofe y hay daños que siguen ahí.
-A mi casa no entró barro, pero yo igual estaba viviendo una
situación de catástrofe. Creo que al principio costó, fue desde la adrenalina,
uno asumía las cosas rápido, pero después de un mes, de dos meses, ya uno se
siente más cansada, agotada. También las conversaciones, tratar de canalizar
las vivencias que escuchaba, sin duda afectaba, pero estaba la motivación y
había un equipo detrás para poder apoyar. Todo pasó tan rápido, que así cambió
de la noche la mañana la ciudad, y como que de la noche la mañana nos pudimos
poner de pie. También creo que nosotras tomamos las decisiones, retomar la
normalidad mucho antes de lo que otros lo hicieron, nosotras nunca dejamos de
trabajar, los otros jardines estaban
cerrados. Desde la improvisación pudimos hacer cosas que eran necesarias, yo
creo que el gran aprendizaje es que hay momentos justos para intervenir,
después pasa, por mucho que hay depresiones post traumáticas, mientras más
rápido hace uno una intervención, es mejor.
Una de las preocupaciones fue mostrarles que habían redes de
apoyo, sicólogos, asistentes sociales,
entre otros.
-Creo también que hay muchos
niños que todavía no lo superan, muchas familias que todavía sienten angustias,
cuando llueve de repente. Quizá se deba a que nos paramos muy rápido, empezamos
a hacer nuestra vida normal, después de dos meses, pero habíamos estado con
carencias de todo.
Se acaba el recreo, y comienza
una nueva actividad. A todos les regalan un cuento que habla de catástrofes
naturales. Hay un espacio para pintar, lo miran con las madres. Le pido a
algunas de ellas si podemos conversar.
Yamileth García Cereso acepta mi
invitación. Cuenta que venían con Leonel, su hijo, de vuelta de comprar cuando
se dieron cuenta que había agua en ese sector.
-Abrimos la puerta, y empezaron a
salir las cosas, el auto también se perdió, así que alcanzamos arrancar para el
lado de mi suegra, y nos tuvimos que quedar toda la noche ahí, porque arriba
también nos mojamos, teníamos las camas mojadas. Vivo al lado de mi suegra,
tengo una ampliación. Entonces estaba mojado arriba, mojado abajo, con barro,
perdí todo abajo, él… quedó sin zapatos, sin ropa, como a las once y media de
la mañana entró el agua, pasó toda la noche y al día siguiente mi primo nos
vino a buscar, porque los baños estaban saturados, salía por todos lados la
caca y el agua, no había agua potable,
ni luz, no había que comer. Se perdió todo.
Cuenta que para salir del sector
tuvieron que subir a los cerros que rodean la ciudad y a través de ellos entrar a la ciudad. Fue
como una hora caminando por el cerro con su hijo, subiendo y bajando, pero la caminata no le provocó
miedo porque su primo lo cargó en sus hombros y se fue jugando, tratando de
distraerlo, como si fuera lo más natural del mundo salir del barro y emprender esa marcha.
-Pero estaba asustado, porque
claro, nos veía a nosotros, yendo de allá para acá, que el agua pasaba, que se
llevaba cosas, que pasaban perros por afuera de la casa, pero después cómo que
se le fue pasando –resume Yamileth.
Su marido se quedó en su casa,
limpiando, y ella atravesó durante días los cerros para llevarles comida al
marido y al suegro. No había otra forma de entrar al sector. Leonel extrañaba a
su papá, a los abuelos, y después más aún, cuando se fueron a Santiago
escapando de la contaminación y de que había pasado un mes y todavía no tenían
casa donde volver, así que buscaron otro refugio, esta vez en Arica, donde Yamileth
y Leonel estuvieron otro mes más, hasta que en junio lograron retornar al hogar
con la familia completa. O sea tres meses después del aluvión.
Lilian Cepeda también vive en los
Llanos, en el sector conocido como uno, el más cercano a la defensa de la
quebrada.
-Vivo en la calle Ticsa, entró el
agua, veíamos pasar el barro con autos, con cosas, teníamos que estar en el
segundo piso no más, sin agua potable, así que empezamos a ver como irnos de ahí, sobre
todo por mi hijo. Empezamos a caminar por el barro, y llegamos hasta la casa de mi
hermana, que viven en Las Brisas, mi cuñado tenía una camioneta de su empresa y
nos subimos todos y tratamos de salir y no se podía hasta que muy tarde
llegamos donde mi mamá en Los Héroes. Fuimos por Los Carrera donde bajaba el
barro. Y cuando llegamos allá fue como llegar a otro mundo – cuenta acerca de
un viaje que los llevó a los sectores altos de la ciudad, donde el barro nunca
llegó.
En la sala –sede en las diversas
mesas, las madres revisan el cuento junto con sus hijos, cuando Andrea se
acerca a una de las mamás y hija y conversan sobre lo que vivieron. Primero le
pregunta a Sofía, y luego a la mamá, quien le cuenta todo lo que vivieron,
mientras la niña asiente y dice que sintió mucho susto. Nada fácil, en
realidad, pero ahí están todos estos niños con sus madres, sonriendo, pintando,
hasta que termina la sesión y para volver a encontrarse la próxima semana.