domingo, 24 de junio de 2018

Soy Teresa Wilms Montt


Han pasado más de cien años desde que esta mujer intensa nació en 1893, para morir a los 28 años. Este es un extracto de su diario de vida y la refleja de cuerpo completo, digamos. Fue  miembro de la élite chilena, se casó en contra de la opinión de sus padres, con un marido que dejó pronto, en castigo fue encerrada, en esos lugares  que eran mezcla de siquiátrico y convento religioso, donde terminaban las infieles, las mujeres rechazadas por sus maridos o sus familias y las que huían de su destino y preferían incluso estos lugares voluntariamente. Vicente Huidobro la ayudó a escapar a Argentina, -donde después publicó un libro de cuentos dedicado a hombres que aún son niños-, brilló en la bohemia, y siguió rumbo a París. Separada de sus hijas allá logró verlas a escondidas, hasta que luego de ser sorprendida efectuando estas visitas y el padre tomar todas las medidas para que no volvieran a repetirse, decidió suicidarse.
Es una de las que abrió caminos, con una vida de que se califican como malditas, donde pagó altos precios por ser quien quería ser.
Una de mis escritoras y mujeres favoritas. 

viernes, 22 de junio de 2018

Jardìn con ruedas 4x4

Esta es una crónica que quedó, por razones de espacio y también de casualidad (ya que me gustaba más que otras que sí fueron publicadas) fuera de mi libro "Olas de barro". Pretendía en una segunda edición incluirla, pero ya que no ha sido posible, aquí va:



Llego una mañana de martes a la sede “Llanos de Atacama”  donde se realizará una clase de Jardín con ruedas, un programa de la Fundación Integra dirigido a párvulos que no asisten a la educación preescolar regular. Visitan una vez a la semana este sector, donde trabajan con los niños y niñas y les dejan actividades para sus casas  y continuar así, su aprendizaje. Pero esta será una jornada especial, ya que los niños y niñas asistirán  con sus madres y trabajarán su experiencia con lo que han vivido durante el aluvión, mediante un trabajo preparado por las educadoras.
Fue una idea de Viviana Aranda, Presidenta de la Junta de Vecinos Llanos de Atacama, y una de las líderes en lo que fue la tarea de solicitar  y canalizar la ayuda para este sector en medio del aluvión, cuando le conté  de la idea de este libro y que quería obtener la visión también de los niños. “¿Por qué no le preguntas a los más chicos?” me dijo y conversó con las tías del programa hasta que esta sesión se concretó.
De pronto, una sede casi vacía, se repleta de pequeñas mesas, una alfombra colorida de goma eva, trenes con  rieles para armar hechos de madera y muchos papeles y lápices a disposición. Los niños y sus madres van llegando de a poco y se incorporan al juego, donde las tías les plantean desafíos. Luego hacemos un círculo, con sillas, alrededor de un gran papelógrafo se ubican  los niños y sus madres, las tías, yo fotografío un poco, la asistencia de pronto es una canción donde cada uno levanta la mano, dicen "hola", los más audaces se paran de su asiento para sonreírle a los demás. Amanda parece ser la más pequeña y a la que más le cuesta saludar.
La tía a cargo les recuerda que el año pasado vivieron momentos distintos, díficiles, ella dice que se asustó y se puso nerviosa,  cuando comenzó a llover mucho y el agua  se juntó con la tierra, mientras dibuja unas líneas azules y cafés desde los cerros hasta más abajo, repite mientras sigue dibujando que después el barro llegó a una casita que estaba por acá y otra más allá y se llenaron de barro. Les habla con una voz suave, melódica, expresiva, casi teatral y los niños la miran atentamente. Hasta Tomás, el más inquieto, queda inmóvil, mientras Amanda abre su boca igual que la carita que dice asombro. “Alguien se acuerda de una casa con barro” los niños no dejan de mirarla pero nadie dice nada. La tía les pide que dibujen, y cada uno recibe un plumón grueso, y dejan otros a disposición, y empiezan a pintar sobre los cerros, y las nubes y la lluvia, y los niños siguen poniendo una lluvia cada vez más gruesa, otros han empezado a hacer ríos, charcos, y algo que recuerda al barro, mientras un pequeño se esfuerza por poner otra casa en medio de todo eso.  Arriba hay una ilustración con cuatro caritas con rostros de niños, la primera de ellas es la que casi todos marcan, la del niño que se sintió más inquieto, asustado o intranquilo. Pero también otros prefieren la de la niña, la que tuvo más miedo que antes; sólo uno prefiere la del niño con tristeza, que se ve llorando.
Andrea Carrizo es la educadora a cargo y estuvo con este mismo programa en los albergues. Los primeros días tras el aluvión se dedicaron a ayudar a quienes formaban parte del equipo y se encontraban más afectadas, y durante estas visitas se dieron cuenta del gran problema que enfrentaban los niños y niñas, así que se fueron a los albergues, donde  se dedicaron a la tarea más urgente: entregarles un espacio para jugar y canalizar todas las emociones que estaban sintiendo.
- Había irritabilidad, sensación de miedo, lloraban más, tenían conductas disruptivas que no se visualizaban, si bien los adultos dentro de las posibilidades que tenían, trataban de acompañarlos, era inevitable que ellos de otra forma, quizás no con palabras, mostraran que tenían miedo y estaban asustados –resume  Andrea sobre el estado de sus párvulos esos días agotadores, donde las apoyaron con una camioneta cuatro por cuatro para poder pasar por el barro.
No fue nada fácil comenzar a trabajar con los niños y niñas. Al principio, tenían poco tiempo de atención, querían estar más bien afuera, con el agravante que las clases eran en el mismo lugar que estaban habitando, hasta que de a poco pudieron hacerles una rutina diaria, lo que según las educadoras era importante para que comenzaran a ver su mundo más organizado.
-También nos pasó que habían niños que nos daban relatos claramente. Había un niñito de nacionalidad boliviana, que le daban miedo las puertas, porque la suya, por lo que él nos manifestaba, “reventó  todo” decía él. Él vio cuando el barro empujó la puerta y entró. Cuando empezamos a tener el trabajo con familias, la suya nos explicó que tuvieron que ser rescatados de su casa en camiones y cargador frontal para poder moverse, estuvieron atrapados en el techo durante algunas horas. Los niños cuando cuentan lo hacen de una forma concreta, por eso él hablaba de que se reventó la puerta – recuerda la educadora en una conversación que sostenemos durante el recreo.
-En otra ocasión nos pasó que, contando un cuento, súper al margen de la situación, una familia pasaba por varios obstáculos, entre esos atravesaba por el barro, una niñita dice ‘no el barro no, que salga de ahí’ – relata Andrea.
Por eso fueron buscando metodologías que les permitieran a los más pequeños expresarse. Sabían que debían conversar  sobre lo sucedido, pero en forma didáctica, en relación a dibujos, si alguno quería quizás contar lo que le pasaba, como era su hogar, porque había varios que les decían “mi casa ya no está, ya no existe” o “ya no tengo casa”, entonces las tías trataban de ayudarles a superar lo ocurrido, que soñaran con una nueva, por ejemplo.
Luego les llegaron refuerzos, sicólogos desde Integra las ayudaron a través del fono infancia, donde atienden profesionales de este disciplina expertos en educación infantil, quienes les entregaron  orientaciones respecto a como enfrentar una situación post traumática. Más adelante contaron con el apoyo de la Unicef, que les hizo capacitaciones sobre la contención, claro que después que las tías habían hecho las primeras intervenciones en los albergues. En el balance está que las educadoras tenían conocimientos de cómo enfrentar situaciones difíciles, pero no precisamente catástrofes sino más bien del tipo duelos y  siempre contaron con el apoyo de la unidad de protección de derechos que funciona en su dirección regional, que les proporcionó directrices para que trabajaran desde el enfoque de reparación de daños, trabajar con las familias y orientación a los adultos para que escucharan a los más pequeños de la familia.
- Las familias estaban muy preocupadas de ir a limpiar sus casas, repararlas, pero no paraban y miraban a los niños, que en realidad necesitaban jugar y contar con un espacio para ellos –puntualiza Andrea.
Después de salir de los albergues, las tías dejaron los contactos hechos para que cada niño y niña ingresara a un jardín infantil de tipo convencional.
Como lección, Andrea cree que todos y todas vivimos una gran catástrofe y hay daños que siguen ahí.
-A mi casa no entró barro, pero yo igual estaba viviendo una situación de catástrofe. Creo que al principio costó, fue desde la adrenalina, uno asumía las cosas rápido, pero después de un mes, de dos meses, ya uno se siente más cansada, agotada. También las conversaciones, tratar de canalizar las vivencias que escuchaba, sin duda afectaba, pero estaba la motivación y había un equipo detrás para poder apoyar. Todo pasó tan rápido, que así cambió de la noche la mañana la ciudad, y como que de la noche la mañana nos pudimos poner de pie. También creo que nosotras tomamos las decisiones, retomar la normalidad mucho antes de lo que otros lo hicieron, nosotras nunca dejamos de trabajar,  los otros jardines estaban cerrados. Desde la improvisación pudimos hacer cosas que eran necesarias, yo creo que el gran aprendizaje es que hay momentos justos para intervenir, después pasa, por mucho que hay depresiones post traumáticas, mientras más rápido hace uno una intervención, es mejor.
Una de las preocupaciones fue mostrarles que habían redes de apoyo,  sicólogos, asistentes sociales, entre otros.
-Creo también que hay muchos niños que todavía no lo superan, muchas familias que todavía sienten angustias, cuando llueve de repente. Quizá se deba a que nos paramos muy rápido, empezamos a hacer nuestra vida normal, después de dos meses, pero habíamos estado con carencias de todo.
Se acaba el recreo, y comienza una nueva actividad. A todos les regalan un cuento que habla de catástrofes naturales. Hay un espacio para pintar, lo miran con las madres. Le pido a algunas de ellas si podemos conversar.
Yamileth García Cereso acepta mi invitación. Cuenta que venían con Leonel, su hijo, de vuelta de comprar cuando se dieron cuenta que había agua en ese sector.
-Abrimos la puerta, y empezaron a salir las cosas, el auto también se perdió, así que alcanzamos arrancar para el lado de mi suegra, y nos tuvimos que quedar toda la noche ahí, porque arriba también nos mojamos, teníamos las camas mojadas. Vivo al lado de mi suegra, tengo una ampliación. Entonces estaba mojado arriba, mojado abajo, con barro, perdí todo abajo, él… quedó sin zapatos, sin ropa, como a las once y media de la mañana entró el agua, pasó toda la noche y al día siguiente mi primo nos vino a buscar, porque los baños estaban saturados, salía por todos lados la caca y el  agua, no había agua potable, ni luz, no había que comer. Se perdió todo.
Cuenta que para salir del sector tuvieron que subir a los cerros que rodean la ciudad y a través de ellos entrar a la ciudad. Fue como una hora caminando por el cerro con su hijo, subiendo y bajando, pero la caminata no le provocó miedo porque su primo lo cargó en sus hombros y se fue jugando, tratando de distraerlo, como si fuera lo más natural del mundo salir del barro y emprender esa marcha.
-Pero estaba asustado, porque claro, nos veía a nosotros, yendo de allá para acá, que el agua pasaba, que se llevaba cosas, que pasaban perros por afuera de la casa, pero después cómo que se le fue pasando –resume Yamileth.
Su marido se quedó en su casa, limpiando, y ella atravesó durante días los cerros para llevarles comida al marido y al suegro. No había otra forma de entrar al sector. Leonel extrañaba a su papá, a los abuelos, y después más aún, cuando se fueron a Santiago escapando de la contaminación y de que había pasado un mes y todavía no tenían casa donde volver, así que buscaron otro refugio, esta vez en Arica, donde Yamileth y Leonel estuvieron otro mes más, hasta que en junio lograron retornar al hogar con la familia completa. O sea tres meses después del aluvión.
Lilian Cepeda también vive en los Llanos, en el sector conocido como uno, el más cercano a la defensa de la quebrada.
-Vivo en la calle Ticsa, entró el agua, veíamos pasar el barro con autos, con cosas, teníamos que estar en el segundo piso no más, sin agua potable, así que empezamos a ver como irnos de ahí, sobre todo por mi hijo. Empezamos a caminar por el barro, y llegamos hasta la casa de mi hermana, que viven en Las Brisas, mi cuñado tenía una camioneta de su empresa y nos subimos todos y tratamos de salir y no se podía hasta que muy tarde llegamos donde mi mamá en Los Héroes. Fuimos por Los Carrera donde bajaba el barro. Y cuando llegamos allá fue como llegar a otro mundo – cuenta acerca de un viaje que los llevó a los sectores altos de la ciudad, donde el barro nunca llegó.
En la sala –sede en las diversas mesas, las madres revisan el cuento junto con sus hijos, cuando Andrea se acerca a una de las mamás y hija y conversan sobre lo que vivieron. Primero le pregunta a Sofía, y luego a la mamá, quien le cuenta todo lo que vivieron, mientras la niña asiente y dice que sintió mucho susto. Nada fácil, en realidad, pero ahí están todos estos niños con sus madres, sonriendo, pintando, hasta que termina la sesión y para volver a encontrarse la próxima semana.

lunes, 18 de junio de 2018

Una obra que sorprende


  • Segunda función de La bella y la Bestia por Compañía Los Conejitos de Coanil.

Están impacientes porque sea la hora y comience la obra. Sus profesores se preocupan de cada detalle, hasta que inicia el ingreso de la sala los estudiantes de kínder y prekinder de la escuela Mi Estación de Paipote y luego los terceros básicos del Colegio Estación. También hay una decena de apoderados y la sala se ve llena. Las luces se apagan y comienza el espectáculo, salen los primeros actores, contando como un príncipe fue convertido en bestia en castigo por su egoísmo y todo el castillo encantado, otro cuadro nos muestra a la desadaptada Bella.
Estamos en el salón de minera Kinross, que cada viernes se abre a la comunidad para recibir estudiantes de escuelas de Paipote como también del resto de Copiapó, en un programa de la Fundación Proyecto Ser Humano llamado Culturarte, que busca educar a través del arte. Y esta es la segunda función de “La Bella y la Bestia”, una obra basada en la última versión del clásico cuento de hadas hecho por Disney, con la interpretación de los estudiantes de la escuela especial “Los Conejitos” de la Fundación Coanil. Yo trabajo como encargada de comunicaciones para esta Fundación.
Los textos de los personajes  son voces grabadas y los niños modulan, actúan, y aparecen vestidos de acuerdo al personaje. Con total desplante aparece bella, aldeanos, las diferentes escenas se suceden alternadas por canciones, algunas de la banda sonora, otras adaptaciones de canciones de moda que los niños y niñas aprovechan para hacer coreografías. Algunos hacen su papel en una silla de ruedas, como el malo de la película, otros las usan  para bailar con ellas, girar y hacer figuras coreográficas ayudados por sus profesores.
El vestuario de la obra es increíble, tetera y tazas que cubren el cuerpo, el mayordomo tiene las llamas en sus manos y un traje muy parecido a su modelo, así como la bestia y el ensoñado vestido de Bella a la hora del baile, que resulta ser un momento mágico. Los niños que están en el público ríen, cantan, aplauden después de cada baile. La obra no decae.
Termina la función. Alfonso Silva, encargado del programa, los felicita y da paso al profesor a cargo, Paulo Cifuentes -quien además es coreógrafo-, quien le cuenta al público: “para nosotros como comunidad Los conejitos es tremendamente importante poder salir y mostrar el trabajo que hacen los chicos, quienes somos como comunidad. Esta obra fue escrita con mucho amor por todo el equipo  de la escuela, gracias al apoyo de la directora Patricia Suazo, de los apoderados,  pudimos diseñar los vestuarios de cada uno, es una obra que ellos mismos eligieron, los profesores grabamos las voces”.
Es la hora de las preguntas por parte de los niños y niñas, las que se suceden con entusiasmo, como cuánto ensayaron, como se cambian tan rápido los trajes, quién es el más joven, todas hechas con respeto y sólo una alude a su condición. En esta era de lo políticamente correcto dudo cuál es la palabra adecuada. ¿Personas con discapacidades? en este caso mentales, muchas de ellas acompañadas de consecuencias físicas, aunque sé que varias organizaciones prefieren que se les diga personas con capacidades diferentes, ya que las tienen, es como ponerlo en positivo viendo la parte del vaso lleno. La memoria de algunos autistas, el olfato de algunas personas con ceguera, la capacidad de sentir las vibraciones de quienes padecen sordera, son algunos ejemplos.
De hecho, esta obra es una prueba de sus capacidades, la de actuar, asombrarnos, sacar una sonrisa o una carcajada del público e incluso de emocionar. Eso contiene tantas habilidades y aprendizajes: recordar, mover su cuerpo siguiendo las coreografías, saber las entradas y salidas en el escenario siguiendo un ritmo que dura cerca de una hora. Y una destreza escaza: la de ser capaces de mostrarse ante un público.
“La educación artística permite abordar, cuestionar y enfrentar múltiples discriminaciones por cuanto es consustancial al desarrollo del pensamiento crítico; es también -comprobadamente- un dispositivo de desarrollo de habilidades múltiples. Y porque, entre otros valores, la formación artística es una oportunidad de encuentro humano en torno a la creación” leo en una columna de Loreto Bravo que cuenta la experiencia de trabajar educación artística en escuelas poniendo el énfasis en el valor de la diferencia.
En la columna, Loreto reflexiona: todas las personas somos distintas pero esa diferencia produce desigualdad social. Intento aterrizar el resto de su pensamiento en palabras comunes: ocurre producto de que existe un modelo de normalidad que se impone,  que excluye a los que no cumplen con ese patrón,  justamente por ser distintos al modelo impuesto. Miro el rostro de una adolescente down, caracterizada como una campesina europea de siglos pasados y es bella. Me pregunto qué le pasa a los espectadores.
EL PÚBLICO       
Yamilet Veliz, parece la madre de una de las protagonistas, pero en realidad es su sobrina. Le pregunto antes de que se vaya de la sala qué siente al ver la obra. “Me emociono porque ha superado mucho de lo que ella era,  antes no trabajaba, no participaba, y ahora sí. Ha avanzado mucho”, me dice.
Una profesora del público,
me comentó que  ella se sintió gratamente sorprendida al  ver la obra, porque no tenía ninguna idea de que pudieran hacer algo así. Ahora tiene una imagen muy distinta de lo que pueden lograr personas con discapacidades.  Yarela Salinas es estudiante de tercero A del Colegio Estación, y se acerca porque quiere que la entreviste. Me explica “me gustó mucho la obra, porque era divertida y me gustaron las canciones.  El personaje que más me gustó fue la bestia, porque nosotros igual hicimos una obra en nuestro colegio y mi papá fue la bestia”. Para ella no fue tema que sean estudiantes de una escuela especial.
En cambio sí lo fue para su compañera Verónica Mesa, “me gustó  la bestia con la bella cuando bailaron… le salió muy bonito y yo lloré, porque me dio pena, porque a mí no me gustaría tener eso y ellos aunque tengan diversas discapacidades igual tienen que seguir luchando”.
Y ahí en estas opiniones veo  la capacidad del arte de producir ese encuentro, de ayudar a aceptarnos diferentes, a comprendernos y darle valor a eso de ser distintos, con discapacidades y capacidades. Suerte que esta compañía ganó un proyecto para producir una nueva obra, un FNDR cultura. Así que tendremos más posibilidades de  aplaudir a estos niños, y niñas y jóvenes de la Compañía de Teatro de Los Conejitos.
NOTA
Esta crónica, con algunas modificaciones leves, fue publicada en Diario Atacama: