
Lo leí y luego me enteré de sus circunstancias. Que vendió
millones. Que su autor, como unos pocos, escribió la trilogía por diversión y
murió antes de verla publicada. Se trataba de Stieg Larsson, periodista sueco,
dedicado durante años a la investigación
de los grupos de ultraderecha, a las causas sociales en su país, como la de los
migrantes, dedicó sus horas libres a escribir esta trilogía, aunque él planeaba
que fueran en realidad diez, una actualización de la novela negra donde sus protagonistas
son un periodista dedicado a la investigación de empresarios y negocios sucios,
y una hacker que se ha abierto caminos a tropezones tanto de la vida, los seres
humanos y la instituciones con que se ha cruzado.
El punto en común es la información que ambos –con métodos
muy distintos- investigan para desentrañar. La que puede resolverles la vida. O
salvarlas. Encontrar un asesino o ponerse en medio del camino de otros.
Devoré el primer libro y tuve que ir por el segundo y el
tercero. También los devoré y vi las películas filmadas, la de Hollywood –que
siguiendo la costumbre no es mejor que la sueca-. Y uno de los efectos de su
lectura fueron las inmensas ganas de conocer a su autor, aunque no es posible,
y conversar con él sobre algunas de sus motivaciones y las decisiones que tomó
con el libro. Ya sé que a más de alguien le resulta raro ese tiempo en que el
asesino se complace en explicar sus motivos cuando es descubierto ante la
víctima- investigador, que da justo el tiempo para salvar al personaje. Pero digamos
que es un clásico en el género policial, donde descubrir las cartas es parte
del juego de
la cacería. Además tiene un par de diálogos de antología.
Un periodista recurre a la ficción por algunos motivos.
Contar aquello que sabemos, pero no tenemos pruebas suficientes como para que
pasen el examen de la verificación que requiere el periodismo responsable. Y
hay conspiraciones por doquier en la trilogía, donde las instituciones o parte
de ellas pueden transformarse en sectas capaces de asesinar por valores ligados a la guerra fría,
vulnerar derechos de mujeres sin considerarlas más que daño colateral, y
también una gran cantidad de crueldad e impunidad en quienes han ostentado
diversos tipos de poder.
Lo otro, es que aunque a veces la realidad supera a la
ficción, no siempre sigue la estructura narrativa que atrapa a los lectores.
Entonces una buena historia puede hacernos reflexionar tanto como una crónica
sobre el no discriminar, y otros tantos valores del lado de los buenos. Por eso
confieso que más de una vez comencé a
escribir una crónica que se transformó en ficción cuando alteré apenas el orden
de un hecho –realmente ocurrido-, o agregué un diálogo, para que los ladrillos
de la narración, según mi noción de lo adecuado, cuadraran.
Sé que parte de esa realidad que el autor vivió, escudriñó e
investigó, está en la saga. Después de
todo la revista Millenium no debe haber sido tan distinta a la que Larsson trabajó
durante años. En lo particular a mí me gusta la crítica al periodismo que el protagonista
esboza, como también el sueño de cambiar un poco las cosas, como cuando después
del tremendo golpe periodístico los medios suecos comienzan a investigar a los
empresarios y sus grupos. Tal vez son sus sueños y pesadillas, el del
periodista héroe, ese que honra su
misión, que debe enfrentar peligros increíbles, el que salva a la damisela y
ante el cual todas las mujeres que van apareciendo terminan en la cama y luego
enamoradas.

Tres de estas historias quedaron escritas y la editorial ha
decidido continuar con la saga, de mano de otro escritor. Yo me quedaré con la
duda si el periodista será capaz de enamorarse, de amar, o la amistad amorosa
será el único estadio capaz de alcanzar, o si Lisbeth y Blomkvist también pueden encontrarse o son simplemente
pendejadas para sujetos que tienen cosas más importantes que hacer.
No sé qué planeaba Larsson, y ya no lo sabré, qué
más vamos a hacer ante la muerte, pero me encantaron sus héroes, entrañables, tan
antisistémica como una hacker que a
pesar de sus dificultades para relacionarse con los otros se gana el corazón de
unos cuantos en la novela y fuera de ella.
Debo confesar que he conocido un par de periodistas así,
amantes de su oficio, completamente consagrados a hacer algo que cambie la
pauta, los titulares, la agenda pública, el país y el mundo. Y es difícil no
enamorarse de uno de ellos.
Nota: Kalle Blomkvist es el sobre nombre despectivo que sus colegas le daban aludiendo a un dibujo animado.
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