domingo, 24 de septiembre de 2017

¿Me enamoraría de Kalle Blomkvist?


Llegó a mis manos por casualidad. A destiempo, por cierto. Al menos para el momento  más alto de superventas de la novela traducida al español como “Los hombres que no amaban a las mujeres” que en sueco –su idioma original-  es “Los hombres que odiaban a las mujeres”,  pero por razones editoriales los españoles prefirieron evitar la frase que la protagonista repite cada vez que descubre uno de esos ejemplares capaces de matar, violar, desaparecer  o someter a alguna fémina.
Lo leí y luego me enteré de sus circunstancias. Que vendió millones. Que su autor, como unos pocos, escribió la trilogía por diversión y murió antes de verla publicada. Se trataba de Stieg Larsson, periodista sueco, dedicado durante años a  la investigación de los grupos de ultraderecha, a las causas sociales en su país, como la de los migrantes, dedicó sus horas libres a escribir esta trilogía, aunque él planeaba que fueran en realidad diez, una actualización de la novela negra donde sus protagonistas son un periodista dedicado a la investigación de empresarios y negocios sucios, y una hacker que se ha abierto caminos a tropezones tanto de la vida, los seres humanos y la instituciones con que se ha cruzado.
El punto en común es la información que ambos –con métodos muy distintos- investigan para desentrañar. La que puede resolverles la vida. O salvarlas. Encontrar un asesino o ponerse en medio del camino de otros.
Devoré el primer libro y tuve que ir por el segundo y el tercero. También los devoré y vi las películas filmadas, la de Hollywood –que siguiendo la costumbre no es mejor que la sueca-. Y uno de los efectos de su lectura fueron las inmensas ganas de conocer a su autor, aunque no es posible, y conversar con él sobre algunas de sus motivaciones y las decisiones que tomó con el libro. Ya sé que a más de alguien le resulta raro ese tiempo en que el asesino se complace en explicar sus motivos cuando es descubierto ante la víctima- investigador, que da justo el tiempo para salvar al personaje. Pero digamos que es un clásico en el género policial, donde descubrir las cartas es parte del juego de
la cacería. Además tiene un par de diálogos de antología.
Un periodista recurre a la ficción por algunos motivos. Contar aquello que sabemos, pero no tenemos pruebas suficientes como para que pasen el examen de la verificación que requiere el periodismo responsable. Y hay conspiraciones por doquier en la trilogía, donde las instituciones o parte de ellas pueden transformarse en sectas capaces de asesinar  por valores ligados a la guerra fría, vulnerar derechos de mujeres sin considerarlas más que daño colateral, y también una gran cantidad de crueldad e impunidad en quienes han ostentado diversos tipos de poder.
Lo otro, es que aunque a veces la realidad supera a la ficción, no siempre sigue la estructura narrativa que atrapa a los lectores. Entonces una buena historia puede hacernos reflexionar tanto como una crónica sobre el no discriminar, y otros tantos valores del lado de los buenos. Por eso confieso que más de una vez  comencé a escribir una crónica que se transformó en ficción cuando alteré apenas el orden de un hecho –realmente ocurrido-, o agregué un diálogo, para que los ladrillos de la narración, según mi noción de lo adecuado, cuadraran.
Sé que parte de esa realidad que el autor vivió, escudriñó e investigó,  está en la saga. Después de todo la revista Millenium no debe haber sido tan distinta a la que Larsson trabajó durante años. En lo particular a mí me gusta la crítica al periodismo que el protagonista esboza, como también el sueño de cambiar un poco las cosas, como cuando después del tremendo golpe periodístico los medios suecos comienzan a investigar a los empresarios y sus grupos. Tal vez son sus sueños y pesadillas, el del periodista héroe,  ese que honra su misión, que debe enfrentar peligros increíbles, el que salva a la damisela y ante el cual todas las mujeres que van apareciendo terminan en la cama y luego enamoradas.
Y el periodista se deja querer, siempre pretende ser un buen amigo, leal pero no fiel como diría García Márquez, ya que no piensa en dejar su amistad de amantes eternos con la periodista con la que llevan adelante la revista, y que es casada, por cierto. Él pareciera no estar enamorado de nadie, pero sí quiere, a varias las deja sin mayores explicaciones ni duelos, y sólo su hermana en un diálogo formula una crítica sobre su descomprometida forma de relacionarse con las mujeres, esa en que no  llega a enterarse o sospechar al menos si hizo algo mal.
Tres de estas historias quedaron escritas y la editorial ha decidido continuar con la saga, de mano de otro escritor. Yo me quedaré con la duda si el periodista será capaz de enamorarse, de amar, o la amistad amorosa será el único estadio capaz de alcanzar,  o si Lisbeth y Blomkvist  también pueden encontrarse o son simplemente pendejadas para sujetos que tienen cosas más importantes que hacer.  
No sé qué planeaba Larsson, y ya no lo sabré, qué más vamos a hacer ante la muerte, pero me encantaron sus héroes, entrañables, tan  antisistémica como una hacker que a pesar de sus dificultades para relacionarse con los otros se gana el corazón de unos cuantos en la novela y fuera de ella.

Debo confesar que he conocido un par de periodistas así, amantes de su oficio, completamente consagrados a hacer algo que cambie la pauta, los titulares, la agenda pública, el país y el mundo. Y es difícil no enamorarse de uno de ellos. 

Nota: Kalle Blomkvist es el sobre nombre despectivo que sus colegas le daban aludiendo a un dibujo animado.

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