martes, 30 de octubre de 2018

Para celebrar halloween tranquilo/a como un americano

Hace unos cuantos años atrás, con mi amiga Yasmin, Cristian, Víctor, Rolo y de atrás Carlos emprendimos la tarea de acercarnos a las tradiciones culturales del pueblo colla. Se trataba de hacer un pequeño documental destinado a escuelas y liceos mayoritariamente de la provincia de Chañaral y una guía que le entregara a los profesores de los diversos cursos el material pedagógico necesario para  que  incluyera este conocimiento dentro de los diversos planes y programas. 
Este trabajo fue un linda aventura. En la Quebrada de Agua Dulce, en la precordillera de la comuna de Diego de Almagro estuvimos un día de esos con la matriarca, Basilia Escalante. Ella dirigió a una de sus hijas y a sus nietos indicándoles el lugar exacto donde debían instalar cada palo, amarrarlo y luego tirar las lanas para armar el telar. Un tejido que demoraría días, donde ella decía que no recordaba palabras de la lengua original de lo collas, pero nombraba cada cosa de una manera que no era castellano. Términos que deberé forzar más mi memoria para volver a recordar. También decía que antes los collas se vestían con lana pura y ahora toda la ropa era de plástico.
Una de las tragedias de este pueblo que históricamente ha sido trashumante, es que durante la dictadura los obligaron a bajar de la cordillera e ir a vivir a las ciudades, forzadamente radicarse en un lugar y olvidar las veranadas e invernadas, los refugios en piedra que cada familia iba usando según sus necesidades, la tierra sin pertenencia, el agua sin encierros, el dormir mirando las estrellas gran parte del tiempo, bajo cueros de cabras o de ovejas. Temieron de su conocimiento de la cordillera, de los pasos para traspasarla, de los extensos territorios que transitaban dejándolos libres para la explotación minera.
Pero no iba a eso. Mi punto es que Basilia frente a las preguntas de qué ritos realizaban, contó que algunas veces en el año se reunían las familias. Que su hermana, Damiana,  había sido una difusora de sus costumbres, y que por estas fechas, entre el uno y dos de noviembre arreglaban una mesa con comidas y alcohol, flores, pompones de lana y la dejaban para los ancestros que vendrían a visitarlos durante la noche. Con las grandes familias reunidas.
Una costumbre que el pueblo colla nunca ha mostrado abiertamente, de hecho esa vez hasta manifestaron algo de preocupación porque apareció esta costumbre en la grabación. Entendemos que se hayan protegido en medio de un mundo que ha sido muy poco respetuoso de las tradiciones ancestrales y más bien interesado en tildar de "pagano" o incluso otros adjetivos más estigmatizadores para el absolutismo cristiano que ha predominado durante siglos en la sociedad chilena. A veces con mayor rigor en los pueblos chicos.
La cosa es que en la gran mayoría de los pueblos americanos originarios existe esta tradición, esta idea de que durante el 1 y 2 de noviembre, se abre una puerta desde donde el alma puede viajar a visitar a sus seres queridos o a los lugares que amaba. En Bolivia, Perú y por cierto en México, con otras particularidades también se conserva esta costumbre, que la película Coco hizo más conocida aún. Tanto que mi hija incluso la vio en una clase de religión, en su escuela, lo que o habla muy bien de su profesora o es una muestra que el cristianismo está más tolerante con la coexistencia cultural de raíz americana.
Así que cuando alguien hable en contra de halloween, podríamos reconocer que hay algo de cultura extranjera, europea, celta que sobrevivió sobre la cristiana, pero también que está el origen americano. Ese de las culturas ancestrales que reconocen la posibilidad de encontrarse con sus muertos porque la vida no acaba con la muerte.


Aquí pueden ver algo del resultado de ese trabajo:
https://www.youtube.com/watch?v=vCVczzBZel4

lunes, 2 de julio de 2018

La peya de oro


De niña aprendí que esas chispas que brillaban en el agua, detrás del polvo, y amarillas, eran oro. Mi papá me dijo que ocurría porque era un metal más pesado, por eso siempre se quedaba atrás. Eso se sabía sobre  una poruña, un cacho de un toro partido por la mitad, muy oscuro, en el que se echaba el mineral molido y arriba, muy suavemente, un poco de agua. Fue una tarde calurosa, de ese calor seco de Copiapó. Habíamos ido a la casa de mi abuela, había que entrar por un pasaje que impedía el tránsito de vehículos con un cierre hecho de rieles de trenes, ubicado al lado de la línea del tren, que pasaba varias veces al día y al menos dos durante la noche, haciéndolo temblar todo. Que si no estabas avisada, podías salir huyendo a las cinco de la mañana en pijama por un remezón largo y ruidoso, que llevaba las barras de cobre hacia el puerto. Mi madre cuenta que cuando recién llegó a Copiapó y se quedó en casa de la abuela creyó que era un temblor formidable y había emprendido la huída cuando papá le explicó que se trataba del tren y que siguiera durmiendo.
Mi abuela era una señora rara. Muy distinta a mamá, a mis tías, a las mamás de mis amigas, a las vecinas. Usaba vestidos y faldas que le llegaban casi hasta los tobillos, cuando volvía de las minas y se bajaba de su camión, algunas veces llevaba pantalones debajo de sus amplias polleras. Estaba muy arrugada, jamás vi que se maquillara y sus facciones eran toscas, duras. Cuando vi los retratos de Gabriela Mistral encontré que había un notable parecido. Tal vez eran los genes, ya que venían del mismo valle. Muy alta y de pelo totalmente cano, me parecía que tenía una fuerza enorme. Su casa era antigua y muy grande, con un patio amplio donde reposaba un perro gigante, un camión, un gallinero, del que se abastecía de huevos. Había u
na señora muy viejita que habitaba en una pieza que ella le había cedido con salida a la calle independiente.  Me fui al palomar ubicado casi en el centro del patio, entré y las palomas volaron aterradas. Las sentí en mi cara y en los brazos que alcé, sus alas tocándome en esa huida, y el aire que agitaban sobre mí en su desesperación.
Más allá estaba la piedra. Grande, lisa, me parecía un buen sillón o una mesa lisa. Tomaron otra piedra llena de colores, la miraron, la pusieron al sol, uno de ellos la probó: la acercó a su cara, sacó  su lengua y la pegó al mineral. Escupió con fuerza al suelo. La volvieron a mirar. Indicaban. Gahona tomó el mazo y comenzó a destruirla. Primero en partes pequeñas, hasta llegar al polvo, casi moliendo con suavidad. Entonces papá sacó esa tierra y lo echó en la poruña. Y luego suave, muy suave, el agua.  Me mostraba como la mecía, moviendo la muñeca, y me invitó a tomarla.
-Así se mueve, con suavidad –me dijo.
Volvió a tomarla y entonces me mostró el oro. Pensé que eso era lo tan valioso. Esas pequeñas chispas brillando en el agua. Tenían más. La piedra de colores terminó hecha polvo, el que tiraron a un poco de agua. Fuimos adentro de la casa y la abuela prendió la cocina. Sacaron Mercurio. Me encantaba jugar con él a partirlo y volver a unirlo, me parecía mágico. Ellos se descuidaron, en su proceso, sé que estaban trabajando con mercurio, una tela, y el polvo y lo estrujaron, y el resultado húmedo lo pusieron sobre una lata en la cocina. Entonces papá me llamó y yo  guardé el metal mágico en un frasquito de pastillas que andaba trayendo, asustada de que pudiera verme y retarme.  Me había perdido parte del proceso, y papá trataba de explicármelo, para él era una de las cosas maravillosas a hacer, lo que le habría gustado  estudiar, una ingeniería en metalurgia para vivir entre ácidos y minerales haciendo esta especie de magia y conocer lo que los pequeños mineros no sabían y que él creía que tanta falta les hacía. Para no equivocarse y quedar con sus camionadas en la planta tiradas a panteón, es decir que no les pagarían nada por el mineral, porque los ingenieros decían que no había cobre, plata o lo que vendieran ahí.
Por eso el oro siempre era seguro. Hacerlo en casa o en una planta donde pudieras mirar todo el rato. No como esa Enami, donde debías sólo dejar el mineral y llevarte un recibo y en una semana más ir a buscar el dinero o el panteón.
Miré la masa, era como una bolita, que se movía sobre el fuego. Nadie tenía una máscara ni nada que se le asemejara, mientras la abuela sacó un soplete, que suavemente se sumó al calor de la cocina hasta que quedó una pequeña bolita muy amarilla, y siguieron con otra masa que volvieron a poner sobre la lata de la cocina.
La casa tenía paredes que lucían como de concreto, pero un hoyo en una esquina de la pieza donde dormía mi abuela delataba su origen, adobe,  ladrillos de barro que papá recordaba haber ayudado a hacer siendo un joven que se empinaba hacia la adolescencia, cuando entre todos levantaron la casa. Claro, sin el abuelo, que ya se había separado de su madre.
La abuela sabía dónde y a quién vender ese tesoro, que  había salido de alguna de las minas que tenía, calculo que por esos tiempos debía ser Dulcinea en la quebrada Jesús María, bastante cercana a Copiapó, donde tenía varios trabajadores que dormían en una pieza de madera que a mi me producía, no sé por qué, cierto temor.
Pero ahora que había la primera peya estaban contentos, y calculaban que saldrían unas cuatro, que permitirían ir al supermercado y comprar una caja con víveres para los trabajadores, pagarles el sueldo que cada quince días les daban, y vivir. Era una casa grande, pero si la miraba bien yo diría que más bien pobre, con muebles sencillos, piso de madera con encerados distantes, y la abuela mantenía una caja fuerte con algún dinero, otro poco, muy poco en el banco y sus lujos se podrían decir que eran un par de joyas hechas con el mismo oro que sacaba de las minas, que guardaba en la caja fuerte. Esa tarde me miró y puso la tercera peya sobre mi mano y me dijo que esa iba para mi, que la llevaría a su joyero porque ya era hora de que como una señorita, tuviera unos grandes de valor.
Así fue como sin ser mi cumpleaños, a los pocos días tenía unas flores de oro en mis oídos con unas perlas en su centro.

domingo, 24 de junio de 2018

Soy Teresa Wilms Montt


Han pasado más de cien años desde que esta mujer intensa nació en 1893, para morir a los 28 años. Este es un extracto de su diario de vida y la refleja de cuerpo completo, digamos. Fue  miembro de la élite chilena, se casó en contra de la opinión de sus padres, con un marido que dejó pronto, en castigo fue encerrada, en esos lugares  que eran mezcla de siquiátrico y convento religioso, donde terminaban las infieles, las mujeres rechazadas por sus maridos o sus familias y las que huían de su destino y preferían incluso estos lugares voluntariamente. Vicente Huidobro la ayudó a escapar a Argentina, -donde después publicó un libro de cuentos dedicado a hombres que aún son niños-, brilló en la bohemia, y siguió rumbo a París. Separada de sus hijas allá logró verlas a escondidas, hasta que luego de ser sorprendida efectuando estas visitas y el padre tomar todas las medidas para que no volvieran a repetirse, decidió suicidarse.
Es una de las que abrió caminos, con una vida de que se califican como malditas, donde pagó altos precios por ser quien quería ser.
Una de mis escritoras y mujeres favoritas. 

viernes, 22 de junio de 2018

Jardìn con ruedas 4x4

Esta es una crónica que quedó, por razones de espacio y también de casualidad (ya que me gustaba más que otras que sí fueron publicadas) fuera de mi libro "Olas de barro". Pretendía en una segunda edición incluirla, pero ya que no ha sido posible, aquí va:



Llego una mañana de martes a la sede “Llanos de Atacama”  donde se realizará una clase de Jardín con ruedas, un programa de la Fundación Integra dirigido a párvulos que no asisten a la educación preescolar regular. Visitan una vez a la semana este sector, donde trabajan con los niños y niñas y les dejan actividades para sus casas  y continuar así, su aprendizaje. Pero esta será una jornada especial, ya que los niños y niñas asistirán  con sus madres y trabajarán su experiencia con lo que han vivido durante el aluvión, mediante un trabajo preparado por las educadoras.
Fue una idea de Viviana Aranda, Presidenta de la Junta de Vecinos Llanos de Atacama, y una de las líderes en lo que fue la tarea de solicitar  y canalizar la ayuda para este sector en medio del aluvión, cuando le conté  de la idea de este libro y que quería obtener la visión también de los niños. “¿Por qué no le preguntas a los más chicos?” me dijo y conversó con las tías del programa hasta que esta sesión se concretó.
De pronto, una sede casi vacía, se repleta de pequeñas mesas, una alfombra colorida de goma eva, trenes con  rieles para armar hechos de madera y muchos papeles y lápices a disposición. Los niños y sus madres van llegando de a poco y se incorporan al juego, donde las tías les plantean desafíos. Luego hacemos un círculo, con sillas, alrededor de un gran papelógrafo se ubican  los niños y sus madres, las tías, yo fotografío un poco, la asistencia de pronto es una canción donde cada uno levanta la mano, dicen "hola", los más audaces se paran de su asiento para sonreírle a los demás. Amanda parece ser la más pequeña y a la que más le cuesta saludar.
La tía a cargo les recuerda que el año pasado vivieron momentos distintos, díficiles, ella dice que se asustó y se puso nerviosa,  cuando comenzó a llover mucho y el agua  se juntó con la tierra, mientras dibuja unas líneas azules y cafés desde los cerros hasta más abajo, repite mientras sigue dibujando que después el barro llegó a una casita que estaba por acá y otra más allá y se llenaron de barro. Les habla con una voz suave, melódica, expresiva, casi teatral y los niños la miran atentamente. Hasta Tomás, el más inquieto, queda inmóvil, mientras Amanda abre su boca igual que la carita que dice asombro. “Alguien se acuerda de una casa con barro” los niños no dejan de mirarla pero nadie dice nada. La tía les pide que dibujen, y cada uno recibe un plumón grueso, y dejan otros a disposición, y empiezan a pintar sobre los cerros, y las nubes y la lluvia, y los niños siguen poniendo una lluvia cada vez más gruesa, otros han empezado a hacer ríos, charcos, y algo que recuerda al barro, mientras un pequeño se esfuerza por poner otra casa en medio de todo eso.  Arriba hay una ilustración con cuatro caritas con rostros de niños, la primera de ellas es la que casi todos marcan, la del niño que se sintió más inquieto, asustado o intranquilo. Pero también otros prefieren la de la niña, la que tuvo más miedo que antes; sólo uno prefiere la del niño con tristeza, que se ve llorando.
Andrea Carrizo es la educadora a cargo y estuvo con este mismo programa en los albergues. Los primeros días tras el aluvión se dedicaron a ayudar a quienes formaban parte del equipo y se encontraban más afectadas, y durante estas visitas se dieron cuenta del gran problema que enfrentaban los niños y niñas, así que se fueron a los albergues, donde  se dedicaron a la tarea más urgente: entregarles un espacio para jugar y canalizar todas las emociones que estaban sintiendo.
- Había irritabilidad, sensación de miedo, lloraban más, tenían conductas disruptivas que no se visualizaban, si bien los adultos dentro de las posibilidades que tenían, trataban de acompañarlos, era inevitable que ellos de otra forma, quizás no con palabras, mostraran que tenían miedo y estaban asustados –resume  Andrea sobre el estado de sus párvulos esos días agotadores, donde las apoyaron con una camioneta cuatro por cuatro para poder pasar por el barro.
No fue nada fácil comenzar a trabajar con los niños y niñas. Al principio, tenían poco tiempo de atención, querían estar más bien afuera, con el agravante que las clases eran en el mismo lugar que estaban habitando, hasta que de a poco pudieron hacerles una rutina diaria, lo que según las educadoras era importante para que comenzaran a ver su mundo más organizado.
-También nos pasó que habían niños que nos daban relatos claramente. Había un niñito de nacionalidad boliviana, que le daban miedo las puertas, porque la suya, por lo que él nos manifestaba, “reventó  todo” decía él. Él vio cuando el barro empujó la puerta y entró. Cuando empezamos a tener el trabajo con familias, la suya nos explicó que tuvieron que ser rescatados de su casa en camiones y cargador frontal para poder moverse, estuvieron atrapados en el techo durante algunas horas. Los niños cuando cuentan lo hacen de una forma concreta, por eso él hablaba de que se reventó la puerta – recuerda la educadora en una conversación que sostenemos durante el recreo.
-En otra ocasión nos pasó que, contando un cuento, súper al margen de la situación, una familia pasaba por varios obstáculos, entre esos atravesaba por el barro, una niñita dice ‘no el barro no, que salga de ahí’ – relata Andrea.
Por eso fueron buscando metodologías que les permitieran a los más pequeños expresarse. Sabían que debían conversar  sobre lo sucedido, pero en forma didáctica, en relación a dibujos, si alguno quería quizás contar lo que le pasaba, como era su hogar, porque había varios que les decían “mi casa ya no está, ya no existe” o “ya no tengo casa”, entonces las tías trataban de ayudarles a superar lo ocurrido, que soñaran con una nueva, por ejemplo.
Luego les llegaron refuerzos, sicólogos desde Integra las ayudaron a través del fono infancia, donde atienden profesionales de este disciplina expertos en educación infantil, quienes les entregaron  orientaciones respecto a como enfrentar una situación post traumática. Más adelante contaron con el apoyo de la Unicef, que les hizo capacitaciones sobre la contención, claro que después que las tías habían hecho las primeras intervenciones en los albergues. En el balance está que las educadoras tenían conocimientos de cómo enfrentar situaciones difíciles, pero no precisamente catástrofes sino más bien del tipo duelos y  siempre contaron con el apoyo de la unidad de protección de derechos que funciona en su dirección regional, que les proporcionó directrices para que trabajaran desde el enfoque de reparación de daños, trabajar con las familias y orientación a los adultos para que escucharan a los más pequeños de la familia.
- Las familias estaban muy preocupadas de ir a limpiar sus casas, repararlas, pero no paraban y miraban a los niños, que en realidad necesitaban jugar y contar con un espacio para ellos –puntualiza Andrea.
Después de salir de los albergues, las tías dejaron los contactos hechos para que cada niño y niña ingresara a un jardín infantil de tipo convencional.
Como lección, Andrea cree que todos y todas vivimos una gran catástrofe y hay daños que siguen ahí.
-A mi casa no entró barro, pero yo igual estaba viviendo una situación de catástrofe. Creo que al principio costó, fue desde la adrenalina, uno asumía las cosas rápido, pero después de un mes, de dos meses, ya uno se siente más cansada, agotada. También las conversaciones, tratar de canalizar las vivencias que escuchaba, sin duda afectaba, pero estaba la motivación y había un equipo detrás para poder apoyar. Todo pasó tan rápido, que así cambió de la noche la mañana la ciudad, y como que de la noche la mañana nos pudimos poner de pie. También creo que nosotras tomamos las decisiones, retomar la normalidad mucho antes de lo que otros lo hicieron, nosotras nunca dejamos de trabajar,  los otros jardines estaban cerrados. Desde la improvisación pudimos hacer cosas que eran necesarias, yo creo que el gran aprendizaje es que hay momentos justos para intervenir, después pasa, por mucho que hay depresiones post traumáticas, mientras más rápido hace uno una intervención, es mejor.
Una de las preocupaciones fue mostrarles que habían redes de apoyo,  sicólogos, asistentes sociales, entre otros.
-Creo también que hay muchos niños que todavía no lo superan, muchas familias que todavía sienten angustias, cuando llueve de repente. Quizá se deba a que nos paramos muy rápido, empezamos a hacer nuestra vida normal, después de dos meses, pero habíamos estado con carencias de todo.
Se acaba el recreo, y comienza una nueva actividad. A todos les regalan un cuento que habla de catástrofes naturales. Hay un espacio para pintar, lo miran con las madres. Le pido a algunas de ellas si podemos conversar.
Yamileth García Cereso acepta mi invitación. Cuenta que venían con Leonel, su hijo, de vuelta de comprar cuando se dieron cuenta que había agua en ese sector.
-Abrimos la puerta, y empezaron a salir las cosas, el auto también se perdió, así que alcanzamos arrancar para el lado de mi suegra, y nos tuvimos que quedar toda la noche ahí, porque arriba también nos mojamos, teníamos las camas mojadas. Vivo al lado de mi suegra, tengo una ampliación. Entonces estaba mojado arriba, mojado abajo, con barro, perdí todo abajo, él… quedó sin zapatos, sin ropa, como a las once y media de la mañana entró el agua, pasó toda la noche y al día siguiente mi primo nos vino a buscar, porque los baños estaban saturados, salía por todos lados la caca y el  agua, no había agua potable, ni luz, no había que comer. Se perdió todo.
Cuenta que para salir del sector tuvieron que subir a los cerros que rodean la ciudad y a través de ellos entrar a la ciudad. Fue como una hora caminando por el cerro con su hijo, subiendo y bajando, pero la caminata no le provocó miedo porque su primo lo cargó en sus hombros y se fue jugando, tratando de distraerlo, como si fuera lo más natural del mundo salir del barro y emprender esa marcha.
-Pero estaba asustado, porque claro, nos veía a nosotros, yendo de allá para acá, que el agua pasaba, que se llevaba cosas, que pasaban perros por afuera de la casa, pero después cómo que se le fue pasando –resume Yamileth.
Su marido se quedó en su casa, limpiando, y ella atravesó durante días los cerros para llevarles comida al marido y al suegro. No había otra forma de entrar al sector. Leonel extrañaba a su papá, a los abuelos, y después más aún, cuando se fueron a Santiago escapando de la contaminación y de que había pasado un mes y todavía no tenían casa donde volver, así que buscaron otro refugio, esta vez en Arica, donde Yamileth y Leonel estuvieron otro mes más, hasta que en junio lograron retornar al hogar con la familia completa. O sea tres meses después del aluvión.
Lilian Cepeda también vive en los Llanos, en el sector conocido como uno, el más cercano a la defensa de la quebrada.
-Vivo en la calle Ticsa, entró el agua, veíamos pasar el barro con autos, con cosas, teníamos que estar en el segundo piso no más, sin agua potable, así que empezamos a ver como irnos de ahí, sobre todo por mi hijo. Empezamos a caminar por el barro, y llegamos hasta la casa de mi hermana, que viven en Las Brisas, mi cuñado tenía una camioneta de su empresa y nos subimos todos y tratamos de salir y no se podía hasta que muy tarde llegamos donde mi mamá en Los Héroes. Fuimos por Los Carrera donde bajaba el barro. Y cuando llegamos allá fue como llegar a otro mundo – cuenta acerca de un viaje que los llevó a los sectores altos de la ciudad, donde el barro nunca llegó.
En la sala –sede en las diversas mesas, las madres revisan el cuento junto con sus hijos, cuando Andrea se acerca a una de las mamás y hija y conversan sobre lo que vivieron. Primero le pregunta a Sofía, y luego a la mamá, quien le cuenta todo lo que vivieron, mientras la niña asiente y dice que sintió mucho susto. Nada fácil, en realidad, pero ahí están todos estos niños con sus madres, sonriendo, pintando, hasta que termina la sesión y para volver a encontrarse la próxima semana.

lunes, 18 de junio de 2018

Una obra que sorprende


  • Segunda función de La bella y la Bestia por Compañía Los Conejitos de Coanil.

Están impacientes porque sea la hora y comience la obra. Sus profesores se preocupan de cada detalle, hasta que inicia el ingreso de la sala los estudiantes de kínder y prekinder de la escuela Mi Estación de Paipote y luego los terceros básicos del Colegio Estación. También hay una decena de apoderados y la sala se ve llena. Las luces se apagan y comienza el espectáculo, salen los primeros actores, contando como un príncipe fue convertido en bestia en castigo por su egoísmo y todo el castillo encantado, otro cuadro nos muestra a la desadaptada Bella.
Estamos en el salón de minera Kinross, que cada viernes se abre a la comunidad para recibir estudiantes de escuelas de Paipote como también del resto de Copiapó, en un programa de la Fundación Proyecto Ser Humano llamado Culturarte, que busca educar a través del arte. Y esta es la segunda función de “La Bella y la Bestia”, una obra basada en la última versión del clásico cuento de hadas hecho por Disney, con la interpretación de los estudiantes de la escuela especial “Los Conejitos” de la Fundación Coanil. Yo trabajo como encargada de comunicaciones para esta Fundación.
Los textos de los personajes  son voces grabadas y los niños modulan, actúan, y aparecen vestidos de acuerdo al personaje. Con total desplante aparece bella, aldeanos, las diferentes escenas se suceden alternadas por canciones, algunas de la banda sonora, otras adaptaciones de canciones de moda que los niños y niñas aprovechan para hacer coreografías. Algunos hacen su papel en una silla de ruedas, como el malo de la película, otros las usan  para bailar con ellas, girar y hacer figuras coreográficas ayudados por sus profesores.
El vestuario de la obra es increíble, tetera y tazas que cubren el cuerpo, el mayordomo tiene las llamas en sus manos y un traje muy parecido a su modelo, así como la bestia y el ensoñado vestido de Bella a la hora del baile, que resulta ser un momento mágico. Los niños que están en el público ríen, cantan, aplauden después de cada baile. La obra no decae.
Termina la función. Alfonso Silva, encargado del programa, los felicita y da paso al profesor a cargo, Paulo Cifuentes -quien además es coreógrafo-, quien le cuenta al público: “para nosotros como comunidad Los conejitos es tremendamente importante poder salir y mostrar el trabajo que hacen los chicos, quienes somos como comunidad. Esta obra fue escrita con mucho amor por todo el equipo  de la escuela, gracias al apoyo de la directora Patricia Suazo, de los apoderados,  pudimos diseñar los vestuarios de cada uno, es una obra que ellos mismos eligieron, los profesores grabamos las voces”.
Es la hora de las preguntas por parte de los niños y niñas, las que se suceden con entusiasmo, como cuánto ensayaron, como se cambian tan rápido los trajes, quién es el más joven, todas hechas con respeto y sólo una alude a su condición. En esta era de lo políticamente correcto dudo cuál es la palabra adecuada. ¿Personas con discapacidades? en este caso mentales, muchas de ellas acompañadas de consecuencias físicas, aunque sé que varias organizaciones prefieren que se les diga personas con capacidades diferentes, ya que las tienen, es como ponerlo en positivo viendo la parte del vaso lleno. La memoria de algunos autistas, el olfato de algunas personas con ceguera, la capacidad de sentir las vibraciones de quienes padecen sordera, son algunos ejemplos.
De hecho, esta obra es una prueba de sus capacidades, la de actuar, asombrarnos, sacar una sonrisa o una carcajada del público e incluso de emocionar. Eso contiene tantas habilidades y aprendizajes: recordar, mover su cuerpo siguiendo las coreografías, saber las entradas y salidas en el escenario siguiendo un ritmo que dura cerca de una hora. Y una destreza escaza: la de ser capaces de mostrarse ante un público.
“La educación artística permite abordar, cuestionar y enfrentar múltiples discriminaciones por cuanto es consustancial al desarrollo del pensamiento crítico; es también -comprobadamente- un dispositivo de desarrollo de habilidades múltiples. Y porque, entre otros valores, la formación artística es una oportunidad de encuentro humano en torno a la creación” leo en una columna de Loreto Bravo que cuenta la experiencia de trabajar educación artística en escuelas poniendo el énfasis en el valor de la diferencia.
En la columna, Loreto reflexiona: todas las personas somos distintas pero esa diferencia produce desigualdad social. Intento aterrizar el resto de su pensamiento en palabras comunes: ocurre producto de que existe un modelo de normalidad que se impone,  que excluye a los que no cumplen con ese patrón,  justamente por ser distintos al modelo impuesto. Miro el rostro de una adolescente down, caracterizada como una campesina europea de siglos pasados y es bella. Me pregunto qué le pasa a los espectadores.
EL PÚBLICO       
Yamilet Veliz, parece la madre de una de las protagonistas, pero en realidad es su sobrina. Le pregunto antes de que se vaya de la sala qué siente al ver la obra. “Me emociono porque ha superado mucho de lo que ella era,  antes no trabajaba, no participaba, y ahora sí. Ha avanzado mucho”, me dice.
Una profesora del público,
me comentó que  ella se sintió gratamente sorprendida al  ver la obra, porque no tenía ninguna idea de que pudieran hacer algo así. Ahora tiene una imagen muy distinta de lo que pueden lograr personas con discapacidades.  Yarela Salinas es estudiante de tercero A del Colegio Estación, y se acerca porque quiere que la entreviste. Me explica “me gustó mucho la obra, porque era divertida y me gustaron las canciones.  El personaje que más me gustó fue la bestia, porque nosotros igual hicimos una obra en nuestro colegio y mi papá fue la bestia”. Para ella no fue tema que sean estudiantes de una escuela especial.
En cambio sí lo fue para su compañera Verónica Mesa, “me gustó  la bestia con la bella cuando bailaron… le salió muy bonito y yo lloré, porque me dio pena, porque a mí no me gustaría tener eso y ellos aunque tengan diversas discapacidades igual tienen que seguir luchando”.
Y ahí en estas opiniones veo  la capacidad del arte de producir ese encuentro, de ayudar a aceptarnos diferentes, a comprendernos y darle valor a eso de ser distintos, con discapacidades y capacidades. Suerte que esta compañía ganó un proyecto para producir una nueva obra, un FNDR cultura. Así que tendremos más posibilidades de  aplaudir a estos niños, y niñas y jóvenes de la Compañía de Teatro de Los Conejitos.
NOTA
Esta crónica, con algunas modificaciones leves, fue publicada en Diario Atacama:

jueves, 31 de mayo de 2018

domingo, 27 de mayo de 2018

Escribir en primera persona


Hace un buen rato que me vengo escapando de la primera persona al escribir crónicas, incluso en la literatura. A veces quisiera hacer como Juan Luis Martínez, que optó por tachar su nombre, pero aún así se leía...con el fin de que sean las voces de otros las que hablen. Que ellos cuenten la historia.
Pero me encontré con una presentación de Martín Caparrós que hace un tiempo atrás ya había leído, pero no recordaba si había visto el video de registro, así que puse play y me encontré con esta joya... luego de que con la muerte de Tom Wolfe revivieran algunas de sus publicaciones sobre la crónica y el nuevo periodismo y entonces el abuelo, a modo de balance e incluso de autocrítica, opinó que hubo algo así como una sobredosis de primera persona en todo ese movimiento que hasta el día de hoy nos acompaña; la frasecita me quedó dando vueltas...
Y ahora la tarjo. Porque sí, hay que escribir en primera persona, incluso directamente también registrar lo que otros dicen. Caparrós tiene razón, develemos que es una persona la que escribe, pongamos luz sobre la humanidad que es parte del texto, esa humanidad que está llena de biografía, historia, contexto, paradigmas de la época y las miradas del mundo de su autor, incluidos sus cariños y valores. Y también, por cierto, sus cegueras.


sábado, 26 de mayo de 2018

Cuando conocí a Pablo Azócar

Algunas vez leí "Natalia" de Pablo Azócar. Era adolescente y me mostró un mundo que no conocía -mucho más liberal y bohemio,  pero también le puso palabras a mis sentimientos durante bastantes años. Me divirtió, quise también ser Natalia, la protagonista, pero más bien me parecía a Lucía en eso de andar leyendo y escuchando música y diciendo cosas que en ese entonces a mí me parecían inteligentes. 
Luego leí  su libro de cuentos "Vivir no es nada nuevo" y volví a caer rendida ante su pluma, sin saber muy bien qué era lo que me enlazaba a esa mirada de mundo, a esa sensibilidad, a esa prosa a ratos muy directa, otras en cambio completamente poética. Iba desde temas políticos, el exilio, el  continuar batallando con los asesinos impunes en democracia, hasta el amor y el desamor, el escritor olvidado por la editorial, relatos policiales, suicidas, locos. 
También encontré ese libro difícil de catalogar que es "Pinochet epitafio de un tirano", de ámbito periodístico en el que escribió cosas que nadie quería decir por esos años en este país, por ese acuerdo en el que todos los editores de los medios supervivientes suscribían, de no molestar mucho, no decir mucho, censurar palabras como dictadura, opiniones, en ese llamado que sentían a "cuidar la democracia" y que demoró muchos años en romperse. Pablo estaba de vuelta en Chile y no encontraba ninguna razón par seguir ese juego, si no todo lo contrario. Cuarto Propio se atrevió con el texto. Hoy es imposible de encontrar pero creo fue un aporte para las generaciones más jóvenes de ese tiempo.
Pablo escribió Natalia y se fue de Chile. Se ganó un par de premios y me parece que no vino a recibirlos. Me daba la impresión que no quedó demasiado conforme con ese libro con el que Planeta comenzó a publicar a la nueva narrativa chilena. Es más, años después cuando regresó, se extrañó que el libro se hubiera conservado, que fuera conocido en el mundo universitario, que se hicieran lecturas. Una vez vino a Copiapó presentando su nuevo libro a una feria, lo entrevisté y conversamos un buen rato, recuerdo que le conté que su novela también era de culto en el norte, que al menos yo lo había vivido y tenido noticias en La Serena, Copiapó y Antofagasta. Años después se atrevió a reeditarla, porque hasta entonces la edición era traspasada en fotocopias y libros usados de esa única edición de 1990.
Bueno, todo esto para decir que es un escritor que me ha marcado. 
Tuve la suerte de conocerlo mejor años más tarde. Cristian, mi pareja, por ese entonces tenía una fluida relación con Cuarto Propio y le ofrecieron traerlo a Copiapó, ya que Pablo estaba presentando su último libro de poemas, que, por cierto, es magistral. Ya sé, hoy escribo como fan y cercana, incluso amiga, pero si debo hacer un comentario literario puedo fundamentar la misma opinión sobre "El placer de los demás". Pedimos alguna colaboración al Consejo de Cultura, que se puso, y no recuerdo con qué otros aportes y un presupuesto por cierto muy modesto, logramos hacer un taller literario para escritores una tarde de sábado, un café, la presentación de su libro y, por cierto, una salida nocturna.
En la presentación Frascisco Quiroga tocó la guitarra acoplándose a la lectura de la poesía de Azócar, Sergio Gaytán hizo una breve reseña crítica, Cristian y la editorial hablaron de su carrera literaria y del libro. Le conté que estaba escribiendo un libro sobre historias de periodistas y me pidió que le contara más. En el taller leí un pedazo de uno de los textos y me recomendó "que la periodista no se coma a la escritora", consejo que hasta el día de hoy debo velar por seguir.
Más tarde tomé un taller literario con él, como de cinco o seis meses, de una sesión por semana donde revisábamos mis trabajos, me recomendaba autores, corregía, hablábamos un poco de la vida y se transformó en un maestro. Yo había dejado mi trabajo de ese entonces y trataba de combatir la enfermedad de mi hijo mayor, en uno de sus peores momentos, a eso me dedicaba por esos días, con un gran estrés, y el único rato en que me abstraía realmente de tanta cosa, era escribiendo en las noches y en el taller con Pablo. Debo aclarar que las sesiones las hacíamos por skype, él en Santiago y yo en Copiapó.  Fue de una gran generosidad para compartir conmigo como en algunos momentos dolorosos o difíciles para él la literatura había sido una brújula, eso de apretar las manos, poner la espalda firme, la mirada en la pantalla y asumir la postura del samurai y escribir. Eso hice muchas veces.
Ahora he perdido el contacto con él, hecho que por cierto lamento, pero supongo que alguna vuelta de la vida nos permitirá a retomar el contacto. Espero volver a leerlo pronto, si quiere escribir, como periodista o escritor, porque sigue siendo uno de mis autores favoritos aunque actualmente no se hable mucho de él, con su activa colaboración porque prefiere el bajo perfil. Hoy rescato esta imagen. La construí con una frase que anoté con un consejo que un día me dio, al comentar un error en un texto, y que anoté en una esquina del cuento que ese día corregíamos:

Pd; Debo decir que el lenguaje de género lo agregué yo, para que sirva más, porque en el momento fue una frase dirigida a una mujer. .

Alejandro Zambra escribió: