La imagen de las flores donde normalmente hay desierto es difícil
de transcribir en palabras. Somos
habitantes de este desierto, acostumbrados a un sol que nunca para, a las
planicies, a los atardeceres generosos de colores, a las estrellas
deslumbrantes en noches sin luna y a ver la luna encontrarse descaradamente con
el sol en las mañanas, al medio día o en las tardes. A veces, eso sí, lo olvidamos
por estar en una ciudad, en medio de un valle, donde contamos con algunos
árboles en las calles, uno que otro
jardín, y mucho polvo cuando corre el viento. Y estamos rodeados de
relaves. Basta con caminar un poco, hacia los bordes de la ciudad y nos
encontramos con una torta, como le llaman a eso que algún minero dejó
abandonado como recuerdo de su codicia y falta de empatía con los que vendrían.
Debo reconocer con tristeza que no todos los que viven en Atacama
conocen el desierto florido. Y me parece un pecado. Un impedimento claramente
es económico: hay que tener idealmente auto para ir a conocerlo. Una segunda
alternativa es contar con el dinero para pagar un tour, o un guía, ya que hay numerosos
dispuestos a llevarlos a uno o dos
lugares que conocer. También he visto que el gobierno o los municipios, en
ocasiones, han habilitado tures populares para estudiantes, adultos mayores o
juntas de vecinos que tengan la suerte de salir beneficiados con este paseo. No
hay la posibilidad de tomar un bus y simplemente bajarse en algún manchón de
flores. Aunque estoy seguro que hay aventureros que sí lo harían y encontrarían
la forma de hacer parar al transporte que sea.
Quiero decir con esto que si bien hay un componente de
limitante económico, también lo hay de experiencia, de espíritu, de querer ver,
de entender que ahí hay una algo valioso capaz de hacerlo mover el trasero para
dejar la televisión, el reggaetón o cualquiera sea la forma de entretención.
Vivir en el desierto
es lidiar con la falta de agua. Mas si la hemos sobre explotado, si se han
plantado más hectáreas que las prudentes para una cuenca desértica con el
propósito de exportar uva de mesa que los copiapinos conoceremos por catálogo o
contrabando, pero que será muy apreciada en EEUU, Europa o Asia. Alguna vez los
pozos que abastecían la ciudad se secaron y fuimos a agotar las reservas,
mientras las mineras seguían sacando el agua subterránea hasta quedarnos sin
río. Pero vino eso que llamamos cambio climático y ahora ha vuelto a llover, de
vez en cuando pero muy intenso, y entonces no sabemos que hacer con el agua que
baja por las quebradas e inunda. Ha sido mala nuestra relación con el agua.
Pero la naturaleza sabe qué hacer. Ella construye prados de flores, hace
renacer el río, aunque los pobres humanos tengamos que mover puentes, casas,
edificios construidos en sectores donde los expertos dijeron que nunca más
llegaría un cauce. Y levantar muros, muchos muros.
La metáfora más común para no perder la esperanza es
recordar que hasta la noche más oscura acaba y vuelve a salir el sol. Para
nosotros no es diaria, ni siquiera segura, pero es una forma de volver a hacernos
amigos de nuestra madre tierra y entender que si llueve bastante habrá desierto
florido.
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