*Es un escritor imprescindible para Atacama, ha publicado trece libros de su autoría y como editor más de cuarenta libros de autores de la región, es miembro de la Academia Chilena de la Lengua y tiene una larga lista de premios. Un indiscutible impulsor de la actividad cultural, gremial y de resistencia en tiempos de dictadura.
Le impresionó el paisaje cada vez
más seco. El bus era incómodo, pero cuando subió se alegró quedar sentado lejos
de las ruedas, porque él tenía las piernas largas y esa notoria elevación
significaría viajar completamente doblado, con sus rodillas cerca del pecho. Había
abordado el bus con una pequeña maleta a las ocho de la tarde. Al llegar a La
Serena terminó el pavimento del camino y comenzó “la calamina”, es decir los saltos
producto del camino de tierra con la vibración constante en la ventana. El
calor se sentía cada vez más fuerte en ese julio de 1962.
Eduardo Aramburú tenía 16 años de
edad, hasta hace unos días se encontraba en Santiago estudiando las humanidades
durante la noche y trabajando durante el día, para costear su estadía en la
capital, forzada por un accidente que le obligaba a someterse a un tratamiento
imposible en su natal Chimbarongo. Pero le llegó una carta de su tía Elcira,
diciéndole que, como él sabía, había enviudado y con sus tres hijos necesitaba
ayuda. En el sobre también venía un pasaje de ida a Copiapó que él, sin
pensarlo demasiado, usó.
Por eso estaba en ese bus donde
la gente podía fumar, intentaba entretenerse mirando el paisaje árido y
distraerse de la sed cada vez más apremiante, que no tenía como calmar,
agravada con el polvo levantado por el paso del vehículo que se filtraba e
inundaba el transporte. No había llevado alimentos, como los demás, que precavidamente
comían cada cierto tiempo sus sándwiches y bebestibles, así que fue un alivio
la parada en Vallenar donde almorzó y compró una botella de agua. Más se alegró
cuando a las cuatro de la tarde llegaron por fin a Copiapó. El Andes Mar Bus llegaba
a la plaza, Los Carrera entre Colipí y Chacabuco. Seguía sin ver árboles, no al menos como en el
centro del país y todo le pareció tan antiguo. Caminaba y sólo veía casas
bajas, de un piso, con techos de barro. No le desagradaba, pero era tan
distinto.
Sus ojos rápidamente se
acostumbraron a la nueva paleta de colores de la ciudad: cafés, amarillo, cielos
azules, violetas al atardecer; al frío de la noche desértica y el calor infaltable
del medio día. Él atendía la caja en el restaurante “Copiapó” de su tía, aunque
también asistía en otras labores, lo que fuera necesario en un negocio familiar
ubicado en el centro de la ciudad, en Maipú entre los Carrera y OHiggins,
frente al Mercado Municipal. También salía con sus tres primos pequeños, especialmente
con Zoia, fue su regalona, iban al estadio y a unas cuantas actividades
culturales.
Se matriculó en el Liceo de Hombres, en la jornada nocturna. Poco a poco se integró a una intensa vida cultural. Había grupos de teatro, cine y literatura. Los estudiantes crearon un periódico cultural que se llamaba “Hacia el saber”. Eduardo fue el Director. Osman Cortés, otro de los alumnos, el periodista. Rápidamente se hicieron amigos. Aramburú publicó poesías y artículos como uno donde rescató la labor que hacían los lustrabotas. Eran cuatro páginas en mimeógrafo o imprenta que sin embargo fueron el inicio de un camino para varios de sus escritores. En ese temprano período de su vida de estudiante comenzó también su inquietud por abrir caminos para la actividad artística.
Formaron el comité Pro Casa de la Cultura, ya que los jóvenes, algunos artistas e interesados en la cultura miraban con envidia como en otras ciudades los municipios o el Estado fomentaban espacios destinados a desarrollar este tipo de actividades. A sus escasos años, su entusiasmo y liderazgo lo llevó a ser electo director de esta entidad, que impulsó variados encuentros, ya que estaban integradas varias disciplinas, pintura, música, literatura, dramaturgia. El pintor Julio Aciares era uno de sus integrantes junto a otros como José Francisco Ossandón, Alejandro Aracena y la joven poeta Amada Esperanza de Laire, hija del Director del Diario La Prensa don Carlos de Laire.
Hasta el año 1970 este grupo
impulsó la actividad cultural en Copiapó. Entre medio, Andrés Sabella había
tendido un puente con los jóvenes escritores y les impulsó a rescatar la figura
de José Joaquín Vallejo, primer cronista del país. Aramburú se fue a estudiar a
la Universidad Técnica del Estado de Talca, pero antes, siguiendo los consejos
del escritor nortino, crearon el grupo literario Jotabeche, que quedó presidido
por Alejandro Aracena y Oriel Álvarez.
A los 17 años, seducido en parte
por el diario El Siglo, -que ponía los temas de los campesinos y trabajadores
en la agenda, particularmente por su suplemento cultural-y la influencia del
regidor y poeta Lorenzo Reygada, ingresó a las juventudes comunistas. Militancia
que llevó a la universidad, donde sus dotes de liderazgo nuevamente lo llevaron
a impulsar las actividades literarias, a la presidencia del centro de alumnos y
siendo ayudante de cátedra de economía y sociología y trabajador de la
universidad, a dejar la representación estudiantil para presidir la Asociación
de profesores y empleados de la Universidad Técnica del Estado, Sede Talca, y
subsede de Linares, APEUT.
Entonces ya se había casado,
tenía hijos pequeños cuando la mañana del 11 de septiembre tuvieron noticias
del Golpe de Estado e inmediatamente se convocó al Claustro Pleno de la
Universidad, compuesto por académicos,
directivos, no académicos y estudiantes, donde tomaron la decisión de escribir
una carta. Se nombró una comisión redactora y luego el texto fue sometido al
Claustro. En su contenido se hacía un llamando a los militares a no disparar contra su
pueblo, agregando que no se aceptaba un gobierno “gorila”. Rápidamente la
imprimieron y repartieron entre trabajadores de los cordones industriales de
Talca, agrupaciones y diversos sectores de la ciudad.
El día 12 de septiembre, estaba a
punto de entrar a la universidad cuando escuchó que lo llamaban por “Eduardo”.
Una curiosidad porque todos lo conocían por Luis, su primer nombre. Se detuvo a
mirar hasta que se dio cuenta que en una Citroneta un funcionario amigo, de la
D.C., lo invitaba a entrar. Abrió la puerta y escuchó.
—
¡No! No, no entres, que te andan buscando y te van a detener – le dijo.
La decisión fue rápida: marcharse.
Este compañero lo llevó a una casa de otros amigos, donde difícilmente lo
buscarían mientras escuchaban en la radio del automóvil los bandos militares.
Su nombre encabezaba una lista de personas que debían presentarse
perentoriamente en el regimiento. Lo pensó todo el resto del día, lo conversó
con sus anfitriones y se convenció que como presidente de su gremio, absolutamente
legal, no tenía nada que esconder ni acciones que lamentar. Así que en horas de
la tarde cruzó la puerta del Regimiento. El militar a cargo lo reconoció como
parte de la UTE y le dijo que estaba citado para el día siguiente a las diez de
la mañana, donde los interrogarían.
Así que al día siguiente todos
los funcionarios de la Universidad se encontraron en el regimiento y conocieron
a su nuevo rector designado: un militar con grado de capitán, el Capitán
Zuhkino, que uno a uno los fue interrogando. Después de conversar con el último
de los funcionarios, el capitán se paró y anunció:
—
Aquellos que voy a nombrar se quedan. El resto puede irse inmediatamente.
Antes que me arrepienta -dijo comenzando a leer una lista con siete nombres,
los presuntos responsables del delito de escribir una carta con un calificativo
molesto para los militares golpistas. Aramburú escuchó el suyo y vio salir a
gran parte de sus compañeros de universidad del recinto militar.
Lo siguiente fue entrar a una
piscina con un agua gélida que les llegaba hasta los tobillos en un sector de
la piscina. Cuando los nombraban debían salir aprisa, ya que los esperaban
culatazos de los militares que los custodiaban y los rodeaban. Entraron y
salieron varias veces en el día, en el inicio de las torturas, esas que dejan
marcas en el cuerpo y en el alma. A Eduardo le preguntaban por la carta, por lo
que enseñaba en sus clases de economía. Esperaban que confesara que instruía
marxismo. Algo que no confesó, porque claro que estudiaban “El Capital”, como
también a los otros autores fundamentales en discusión en plena guerra fría. De
las amenazas, recuerda sobre todo las realizadas a su esposa y sus hijos, que
si algo le pasaba a algunos de los militares, ellos lo pagarían.
—
Nos sacaban a presenciar el castigo a alguna persona. Recuerdo a un
profesor de enseñanza básica, él tenía que cantar la canción nacional con la
parte de los militares. Nadie se la
sabía. Por supuesto que yo la había leído, pero de ahí a aprenderla. Le pegaban
de una manera…terrible. Hasta que caía al suelo. Nos hacían presenciar un
simulacro de fusilamiento, pero nosotros no sabíamos que era simulacro. Nos
sacaron de los calabozos y nos llevaron a una sala donde debíamos estar en
cuclillas con las manos en la nuca. Fue la peor parte porque si tú te colocas
en cuclillas durante ciertos minutos se te adormecen las piernas y te caes. Te
levantaban a puros culatazos. Igual te caías. Tú sentías que no iba a terminar
nunca. Nos sacaban y nos llevaban a la sala de interrogación, querían saber dónde
estaba el mimeógrafo, quienes habían salido a repartir la carta, quienes más
estaban involucrados.
El 13 de septiembre, más bien en
las primeras horas del día 14, como a las tres de la mañana, los sacaron de la
sala donde los tenían en cuclillas y con las manos en la nuca, los subieron entre golpes a un vehículo
militar, sin saber a dónde se dirigían. Todos al unísono pensaron que los
matarían, pues ya había desaparecido un compañero del grupo de la UTE. Eduardo
escuchó cuando el capitán le dijo al teniente a cargo:
—
Ya sabes lo que tienes que hacer, si alguno se mueve, usted dispare no
más.
Alguno de los prisioneros dijo
que los llevaban al cerro, donde los matarían. Eduardo sintió el camino como lo
último. Nadie hablaba. Recuerda que sintió la subida en el cerro mientras se
convencía que iba hacia el lugar donde lo fusilarían. Cuando el vehículo paró y
los hicieron bajar en fila india con las manos en la nuca, se dio cuenta que
habían llegado a la cárcel.
Aramburú es un sobreviviente. De
esas torturas que acabaron cuando por fin llegó a la cárcel y se encontró con
otros tantos compañeros con el alivio de ver a quien creías muerto. Del proceso
acusado, en el que intervino la Cruz Roja Internacional por ser declarado
terrorista debido a su participación al escribir una carta donde rechazaban un
gobierno militar.
Los días en la cárcel fueron
mejores. El Alcaide era buena persona. Lo peor seguía siendo escuchar el
nombre.
—
Cuando llamaban a alguien a interrogatorio se hacía doble fila. Todos le
daban un palmazo en el hombro, le decían, ‘suerte, suerte’, porque normalmente
la gente llegaba muy mal. Se llamaba por alto parlante porque tenían que
interrogarlo los militares en el regimiento. Esos interrogatorios eran muy
duros. La gente salía caminando y había que entrarlos en andas en la mayoría de
los casos. Ese asunto se repetía muy seguido.
Lo vivió junto a su compañero de
universidad y de prisión, Isaac Huespe, la doble fila, las palmadas en la
espalda, a él le decían ‘niño’ y les deseaban suerte a ambos. Caminaron hacia
la sala donde estaban los militares, pero tomaron otro pasillo y los llevaron
hacia la oficina del Alcaide. Allí su compañera de universidad, una religiosa
que estudiaba pedagogía, Bernardita Riquelme, les esperaba, rompiendo así la incomunicación
a la que estaban sentenciados. El Alcaide los dejó solos. La monja de entre sus
polleras sacó una carta para cada uno y papel y lápiz. Aramburú escribió a su
esposa, le decía que todo estaba bien y que pronto estarían libres.
Los prisioneros habían escuchado de
la caravana de la muerte y sus asesinatos. Pero tenían esperanza en el militar
que estaba de Intendente, el Coronel Efraín Jaña, porque había mostrado
compromiso con el gobierno de Allende. Al mismo tiempo temían por su suerte si
llegaban, pensaban que seguro elegirían a los de la UTE, por su fama de refugio
de la izquierda. Afortunadamente se cumplió la esperanza, ya que llegó la
siniestra comitiva a la zona y el intendente efectivamente impidió la masacre, lo
que le costó la baja y la prisión.
Aramburú estuvo preso dos años.
La primera condena fue por ocho, pero gracias a la intervención de abogados de
la Cruz Roja Internacional y del Obispado de Talca a los cinco autores de la
carta los condenaron a dos años. Estuvo en las cárceles de Talca, Parral y
luego lograron un traslado a Copiapó, donde Teresa, su esposa, contaba con sus
padres. En su libro escrito durante su estadía en la cárcel, “Engranaje del
tiempo” en el poema II retrata con profundidad el dolor: “Huye la esperanza como
fiera dolorida/…/En el jardín de los meses vestidos de gris/ mi carne se
enferma/ mi espíritu llora/ mi mente se afiebra/ No aparece tu nombre cuajado
de alivio/ Grito de furia/ me canso/ me duermo/ en el vacío sin Dios”.
Esos fueron años difíciles en lo
económico también, ya que desde el golpe la universidad lo exoneró sin ningún
tipo de indemnización. Entonces la solidaridad de vecinos, compañeros y amigos
ayudó a esta familia hasta la vuelta al norte.
Pero los malos momentos no
terminaron.
Ocurrió cuando intentaba una
nueva forma de ganarse la vida. Porque cuando salió libre buscó otras maneras
de generar ingresos, ya que muchas puertas estaban ahora cerradas. Se dedicó a
hacer muebles de todo tipo. Se encontraba haciendo un frailero, un mueble
quemado, por ese entonces de moda, así que trabajaba con el soplete sobre la
madera para darle ese color oscuro cuando la herramienta reventó y lo dejó con quemaduras
en su rostro, en sus manos y parte del cuerpo. Lo trasladaron a Santiago, donde
agradece al médico de apellido Fierro, quien se esmeró en reconstruir su
rostro, ya que había quedado con los párpados vueltos hacia abajo, la boca
sellada y la nariz como una masa, como él recuerda. Hoy tiene un rostro donde
hay que concentrarse para ver sus cicatrices, ya que las personas suelen más
bien ver al ser humano que ha hecho de sí mismo, ante todo, amable, de voz
profunda, reflexivo, que inspira respeto.
“Esa mañana el sol no saltó por
la ventana/ El Trudeau me indicó cirugía plástica/ Y mis ojos vieron la herida
que el fuego/ dibujó en mi cara” retrató ese momento en el poema “Incertidumbre”
parte del libro “Transparencias” que escribió al salir en libertad. “El Comité Pro-Paz canceló todo/un indigente
era yo desde ese septiembre/cuando la barbarie cortó los árboles/quemó los
libros, destruyó las aves,/y protegió a las culebras que se deslizaban/por
entre las zarzamoras” continúa contando en versos esa historia.
Y la presencia de su esposa,
Teresa, fue vital para su recuperación: “Estaba junto al dolor de la
lejanía/del norte, de mi casa/y llegaste/traías la dulzura en tu mirada de
universo …/tus manos, eran mis manos/ bosquejando nuevamente/ el mañana./Y
entre el dolor/ la incertidumbre/ del pem-total/ aparece la transparencia de tu
voz:/ Volví a creer en el amor”.
El accidente no lo detuvo.
Regresó recuperado a Copiapó tras
varias operaciones y un largo tratamiento. Se unió a ALUTEC, el grupo literario
al alero de la Universidad Técnica del Estado, sede Copiapó, en que se
refugiaron los escritores luego de que el grupo Jotabeche fuera intervenido por
los militares que nombraron a Lucía Román, escritora de su confianza a cargo, obviamente
partidaria del régimen. Oriel Alvarez, Alejandro Aracena, Juan García Ro y
otros más fueron recibidos gracias a las gestiones del académico Enrique Lillo en
esta academia literaria que les ofreció la posibilidad de reunirse y publicar
revistas con sus trabajos, pero bajo tutela. Es decir, para sesionar debía
estar presente al menos uno de los dos profesores a cargo y no tenían ninguna
capacidad propia de tomar decisiones. A Aramburú esto no le pareció nada bien,
así que conversó con todos ellos y les invitó a independizarse, en el momento
una verdadera conspiración.
Así nació el grupo literario
Copayapu. La idea se concretó en el pueblo San Fernando, en una parcela del
padrino de matrimonio de Eduardo, que la prestó para un asado de un grupo de
amigos. No alcanzó para carne, así que hicieron una fritanga de pescado, mientras
se organizaron, se propusieron para el próximo aniversario de Copiapó, el del
año 1978, publicar un libro que rompiera el silencio de décadas, sin ni
siquiera un libro de un autor copiapino. Estaban presentes: Tussel Caballero,
Medarno Cano, Angela Cuevas, Juan García Ro, Alejandro Aracena, Andrés Ríos, Nalky
Pesenty, Danilo Octavio Bruna, Nilsa Muñoz y Fresia La Flor.
Juntaron dinero, reunieron sus trabajos,
los discutieron y se lanzaron a la tarea. Presentaron el libro a la Seremi de Educación
para solicitar su autorización. Pasaron los meses y ni una respuesta, hasta que
el abogado de dicho estamento en una reunión privada le dijo a Eduardo que el
libro iba a ser rechazado. Le sugirió que lo retirara mediante una carta sin
ningún tipo de comentarios y lo enviaran a una imprenta fuera de la Región,
donde seguramente pensarían que contaban con los permisos para su publicación.
Eso hicieron.
—Hablamos
con una imprenta de La Serena, conseguimos un préstamo porque no nos alcanzaba
la plata que habíamos juntado. Nosotros teníamos muy poca idea de cómo teníamos
que hacer el libro, mandamos solamente los originales. La imprenta conocía a Benjamín Morgado, un
escritor que pasaba mucho tiempo en Santiago pero también en Coquimbo. El dueño
de la imprenta le dice que ‘están haciendo un libro de poetas copiapinos, pero incompleto, solamente tienen los
originales, no está inscrito. ‘Ya no te preocupes dijo él’, y él solucionó
todo, él inscribió en el Depto. de Derecho de Autor el libro, hizo todo lo que
había que hacer legalmente, incluso hizo las correcciones del libro. No aparece
su nombre en el libro, porque nosotros no teníamos idea que él estaba haciendo todo
eso -recuerda sobre estos primeros pasos que abrieron el camino de las letras
en Atacama.
—¿Y
todos ellos estaban en contra de la dictadura?
—Al
menos todos compartíamos la idea que no podíamos seguir viviendo en una
situación como la que estábamos. Lo pensábamos desde el punto de vista del
escritor que necesitábamos libertad para escribir. Y poder decidir. En eso
estábamos todos de acuerdo.
El libro llegó y lo celebraron
con una presentación en la sede del Sindicato de Cerro Imán, en noviembre de
1978. Pero querían cumplir con su meta, que fuera parte de las celebraciones
del aniversario de la ciudad, el 8 de diciembre. Algo difícil, después de todo
era una publicación sin los permisos y autorizaciones que exigía el régimen.
Así que buscaron la forma y la encontraron con Angela Cuevas, que participaba
en uno de los centros de madres de Cema Chile, la institución que presidía la
esposa del dictador, donde “señoras” de militares vigilaban las reuniones de
las mujeres que participaban, generalmente motivadas por tejidos y bordados de
variado tipo.
Así que ella habló con una de
esas esposas, le contó con la mejor de sus sonrisas que con unos amigos escritores
habían publicado un libro, donde aparecían sus poemas y querían entregarlo al
Intendente, Arturo Alvarez Sgolia, en la ceremonia de aniversario de la ciudad.
Así que el 8 de diciembre Angela Cuevas se presentó en el Estadio Techado, la
señora del militar la llevó donde el encargado de la ceremonia, les mostraron
el libro y el locutor a la hora de entregar presentes la nombró y ella subió al
escenario y entregó la Primera Antología
del Copayapu al Intendente.
Los escritores celebraron.
SEA
El siguiente paso fue la creación de la Sociedad de Escritores de Atacama, SEA. Pusieron fin al grupo Copayapu y hablaron con todos los escritores de las distintas comunas de la región. Así se integraron escritores de Vallenar, Huasco y Chañaral, incluidos algunos partidarios de la dictadura.
Las actividades se
sucedieron con éxito. Reuniones periódicas de escritores de todas las
provincias, recitales poéticos donde leían sus trabajos, publicaciones, tres nuevas
antologías, premios y encuentros zonales e incluso nacionales.
Eduardo recuerda que la primera
actividad con la que “rompieron el hielo” fue en septiembre de 1979, un
homenaje a Pablo Neruda, cuyos libros estaban prohibidos de circular, y donde se
encontraron con muchas dificultades para conseguir un local donde realizarla.
El sindicato de trabajadores de Cerro Imán se atrevió, no sin antes discutirlo
seriamente. Aramburú y compañía eran bastante entusiastas, hicieron
invitaciones y volantes en mimeógrafo y llenaron la sala, además obtuvieron
cobertura de prensa. Invitaron a todas las autoridades, es decir, a los militares
y su séquito de civiles en el gobierno. Esperaron que les prohibieran la
actividad, pero nada. Lo importante, confiesa, era quebrar el miedo y ganar un
poco de libertad. Fue una demostración que podían avanzar.
Andrés Sabella fue una suerte de
padrino de la Sociedad, vino varias veces a Copiapó y ofreció charlas y
participó de recitales poéticos. Era un personaje vetado por el régimen. En 1985 realizaron un gran encuentro encuentro zonal, donde los escritores se reunían,
analizaban, hacían ponencias y también recitales abiertos a la comunidad. El
salón del Liceo Comercial se llenó de público, con la presencia de Andrés
Sabella y René Vergara, participaron de una cena en el Club Social de Paipote,
donde leyeron sus trabajos, dieron otro recital en la biblioteca del Liceo de
Hombres y obtuvieron una gran cobertura de prensa, del Diario Atacama y medios
nacionales.
—
El encuentro de alguna manera
era de difusión. Nosotros queríamos posicionarnos como una voz en plena
dictadura, mostrar que había un pensamiento que era distinto y activo. Ese era
el principio. En este encuentro sacamos una declaración conjunta firmada por
René Vergara, Andrés Sabella, Tussel Caballero, Juan García Ro y por mí, donde clamábamos
por la libertad de expresión, porque los libros circularan libremente, nosotros
estábamos pensando por ejemplo en el caso de Neruda que estaba prohibido -explica
este escritor que dirigió la SEA desde su fundación hasta el año 1986.
La magnética personalidad de Andrés Sabella, su oratoria, sentido del humor,
gran conocimiento de la literatura y su amor por el norte terminó cautivando a
todos los integrantes de la SEA. Durante el año 1982 cada carta de esta
organización tenía el membrete “Andrés Sabella Premio Nacional de Literatura”,
pero ninguna universidad, institución o entidad se atrevió o quiso presentarlo
como candidato. Así que dos años más tarde, Aramburú viajó a Antofagasta con la
misión de recolectar todos los antecedentes que permitieran redactar la
postulación del escritor del norte al premio nacional. En mayo ingresaron su candidatura
firmada por la SEA.
Años más tarde, Andrés Sabella, en una entrevista en la Radio de la Universidad
de Atacama le contó a Osman Cortés que a él lo llamaron para comunicarle que se
había ganado el premio nacional de literatura en 1984. Sin embargo, los
militares al enterarse, llamaron al orden al jurado y finalmente el premio fue para
Braulio Arenas, escritor que celebró el golpe con sus versos. Sabella murió sin recibirlo y sin siquiera
poder entrar a la universidad que lo había nombrado doctor Honoris Causa, la
del Norte.
Los encuentros los hacían sin dinero, sin fondos concursables ni organismos que los apoyaran. Aramburú recuerda que Salomón Cid les donó carne para la alimentación de los 35 escritores del más grande de los encuentros, que el IEP les prestó la cocina y sus instalaciones y que en casas de los escritores copiapinos alojaban a los invitados. Los pasajes generalmente los costeaba cada participante. Obtenían patrocinios, por ejemplo de la Universidad Técnica del Estado o después UDA, pero sin recursos asociados.
La sala de la cámara de comercio
y el salón la del Liceo Comercial fueron los lugares donde desarrollaron las
constantes actividades. Eran momentos en que un grupo folclórico generalmente
abría, y luego leían sus trabajos. Actividades largas, normalmente duraban
cerca de dos horas, en las que los y las poetas deseaban leer sus trabajos. Las
antologías comenzaron a hacerlos ellos mismos, imprimían con un mimeógrafo y
Danilo Octavio Bruna tenía la capacidad de encuadernar. Así sacaron “Canto de cobre y niebla” en1980, “El hombre
y el paisaje atacameño” en 1985 y “Por norte la esperanza” en 1987.
En 1985, Eduardo Aramburú renunció a la SEA para dedicarse a luchar más
frontalmente por la recuperación de la democracia en la AGECH, organismo
paralelo al entonces designado Colegio de Profesores.
AGECH
La directiva de la AGECH esperaba
una reunión con el Intendente. Eduardo, su presidente, recuerda que el militar ingresó y sin decir
palabra se paró delante de cada uno, mirándolos fijamente a los ojos durante
varios segundos. El silencio se podía cortar en ese lugar adornado con muebles
del siglo XIX. Después de unos interminables minutos los hicieron pasar y
sentarse, los dirigentes le explicaron sus demandas al militar, los sueldos,
por cierto, que eran ínfimos y los resultados de los indicadores en materia
educacional que unánimemente ubicaban a la región en el último lugar del país. Le
indicaron que los profesores necesitaban capacitarse para salir de esta pésima
realidad a lo que, según recuerda este escritor, el militar les contestó:
—Les voy a sugerir un asunto importante
frente a lo que están planteando, ustedes están hablando que quieren
capacitación, hay una forma muy eficaz que es la autocapacitación, y yo les
sugiero que busquen ese camino.
Luego, el gobierno sacó un decreto en respuesta donde anunciaron que
llevarían observadores externos a las aulas a revisar como los profesores
estaban impartiendo las clases. LA AGECH lo consideró inaceptable y
respondieron con una fuerte declaración pública, que fue publicada, por cierto,
en el Diario Atacama. A los pocos días unos carabineros golpearon la puerta de
Aramburú, diciéndole que el gobernador lo necesitaba inmediatamente en su
oficina. Un momento de miedo y tensión, que recuerda por la dificultad que tuvo
para responderles con un débil “sí”, con una voz de ultratumba.
Raúl Porcile, el gobernador, había sido siempre amable con él. Incluso
Aramburú recordaba un acto político hecho en la plaza, a un año del día que
encontraron los tres cuerpos degollados de José Manuel Parada, Manuel Guerrero
y Santiago Nattino, donde manifestaron su repudio a este golpe, considerando
además que Manuel Guerrero fue presidente de la Asociación Gremial de
Educadores de Chile en la Región Metropolitana. Un acto rápido, en el que
pusieron coronas y hablaron respecto a lo ocurrido sin sillas, micrófonos o
alguna otra preparación. No llegaron policías. Pasó el Gobernador, se acercó a
Aramburú y le preguntó de que era su actividad, él le respondió tranquilamente y
no pasó a mayores. Pero esta vez, estaba furioso.
—No sabe usted lo que me ha costado
convencer al intendente que no los relegara a todos ustedes no sé a dónde. Yo
lo conozco a usted y lo he defendido, pero esta va a ser la última vez
-recuerda el escritor sobre un monólogo que duró bastantes minutos, pero que a
él le devolvió la calma.
Después de todo, por mucho menos varios habían terminado relegados o
exiliados, o peor aún, en manos de los organismos de inteligencia. Detrás de
esa defensa estaba el respeto que este partidario de los militares le tenía a
la profesión docente, ya que su madre se casó con Abraham Sepúlveda quien fue
para Porcile su verdadero padre, un personaje impulsor y amante de la docencia y,
además, de las artes y las letras.
No era fácil en esos tiempos. A unos días del asesinato de los degollados,
la AGECH organizó una misa en conmemoración en la catedral de Copiapó, dirigida
por el Obispo Fernando Ariztía. Leonor Núñez, Nora Montero, Ana María Torres
eran algunas de las docentes que se preocupaban de poner crespones negros en
las solapas de los numerosos hombres y mujeres que repletaron esa iglesia de
piso negro y blanco, bancos de madera, construcción colonial del siglo XIX de
tres naves amplias y con un sagrario de plata cincelada.
Todos eran rostros conocidos, exceptos unos hombres al fondo, de pelo
sospechosamente corto para la época, traje formal y oscuro. Aramburú sintió que
eran parte del aparato de inteligencia, varios lo comentaron en voz baja y
pensó en lo valiente que eran esas colegas al verlas acercarse a esos sujetos sin
vacilaciones, tomar sus chaquetas y clavarles el crespón negro sin mayores
comentarios.
Nora Montero recuerda el momento:
—Organizamos una misa, se la pedimos a don Fernando
Ariztía, acordamos hacer crespones negros para todos los asistentes, para darle
algo más simbólico, hubo palabras en la misa, representantes de personas que
participaban en ese tiempo en contra de la dictadura. Nosotros ubicábamos a los
CNI, le pusimos los crespones a los cenachos, fue la Leo Núñez y otra
compañera, la Blanca Pérez, que vivía en la población Los Sauces, profesora de
la escuela Especial, ellas hicieron eso de ponerles los crespones, esa osadía
fue ocurrencia de la Leo y la Ximena Cataldo. Nos costó bastante caro porque
cuando salimos de misa estaba afuera Carabineros, se armó una trifulca, pero
después logramos rearmarnos y hacer la velatón.
Los taxistas que tenían su
paradero en la plaza, frente a la catedral, despejaron la zona, como varias
otras veces, para que pudieran realizar la velatón. Luego de instalar las velas
en el piso, comenzaron a dar una vuelta alrededor de la plaza, cuando
Carabineros comenzó a dispersarlos.
—Tuvimos
que entrarnos a la catedral. Don Fernando siempre tenía la gentileza de dejarla
no sólo abierta si no que se quedaba una persona, para que luego que entrara la
gente cerraban altiro la catedral e impedían el ingreso de carabineros. Después
salíamos tranquilamente por otro lado, por la calle O’Higgins, después de un
rato. Eso fue no sólo en esta actividad, siempre, don Fernando era muy
preocupado de que en lo posible a uno no le pasara nada – recuerda Nora sobre
esta actividad y de un modo de actuar en que la Iglesia Católica tuvo un rol
protector.
La AGECH tenía personalidad jurídica, una sede donde se hacían peñas y
actos culturales, y que servía también de lugar de reunión de muchas otras agrupaciones
que comenzaban a conformarse con norte democrático. Las peñas eran importantes
porque permitían que la gente se encontrara, profesores, estudiantes,
apoderados y público en general. Varios artistas colaboraban con su
participación.
Durante los años de existencia de esta agrupación, Aramburú fue su
presidente “vitalicio”, ya que todos los años lo reelegían.
Esa participación culminó cuando ganaron las elecciones democráticas en el
Colegio de Profesores, el año 1989, en una lista donde Aramburú, por cierto, no
estaba. Todos esos años el escritor continuó siendo comunista, lo que no le
impidió participar activamente en la campaña por el NO y posteriormente por las
elecciones presidenciales y parlamentarias. Hasta que hubo una reunión del
comando de profesores por Aylwin en la sede de la Democracia Cristiana y le
ordenaron que se retirara, ya que le dijeron que él no podía estar en ese lugar.
Ahí descubrió que no estaría ya con muchos de los que había trabajado por la
democracia. Varias de sus compañeras de la AGECH sin militancia política pero
activas en las actividades de resistencia no se sintieron bien recibidas en las
nuevas organizaciones dirigidas por la concertación de partidos por la
democracia.
Aramburú, un hombre comprometido con su época y
con la esperanza de cambios en la sociedad, en los años 90 abandonó el PC para
integrarse al PS.
Ana Ponce es dramaturga, dio sus primeros pasos en este arte con la Agrupación Teatral Atenas originalmente de Tierra Amarilla, con un teatro que llama a la risa, lo que alternaba con modestos trabajos para ganarse la vida. Hasta que fue contratada para la producción de actividades culturales en el departamento de cultura que en ese entonces dependía de la Seremi de Educación, donde conoció a Eduardo Aramburú, quien estaba a cargo.
—Una experiencia muy enriquecedora, más que un jefe fue un maestro para mí, muy luchador, un gran poeta, un buen amigo, capaz de dar muchos consejos sabios, me ayudó a tomar muchas buenas decisiones, me instó a estudiar, a enriquecer mi acervo cultural, me enseñó muchas cosas, un gran hombre en mi vida como jefatura y amigo.—¿Cuál fue tu primera impresión?
Una gestión destacada de esa época fueron los cabildos culturales, que con la participación de los artistas sentaron las bases de una nueva institucionalidad para este mundo. Eran tiempos con escasos recursos para actividades culturales, donde la infraestructura también daba cuenta de esa precariedad, con dos pequeñas oficinas adosadas a un tremendo edificio donde funcionaba todo el resto del Ministerio de Educación en Atacama. Esas ínfimas dependencias las ocupaban primero Aramburú, Ana Ponce, un encargado administrativo y posteriormente la recién egresada periodista Sheyla Araya, al recientemente creado Consejo Regional de las Culturas y las Artes, en el año 2004.
—Don Eduardo Aramburú fue el primer director de esa ex institución, haberlo tenido de primer jefe y de primer director una experiencia que yo creo nunca voy a olvidar. Nos tocó a un equipo muy pequeño implementar está institucionalidad cultural en la región, fue un desafío muy grande, ir a la descentralización del quehacer cultural, implementando acciones de fomento, desarrollo y además en cuanto contenido es decir las líneas programáticas que había que ejecutar o las particularidades propias de la región. Él los llevó con un sello súper particular, propio de su ser, ese profundo sentido reflexivo, muy propio de su mirada sobre la importancia de la cultura tanto en la vida de las personas, como a nivel de sociedad -recuerda con cariño Sheyla Araya, quien hasta la fecha ha continuado en esta entidad cultural, ahora Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio.
Este perfil lo escribí como una especie de bonus track del proyecto para la Casa de la Memoria. Mi tarea era entrevistar a Eduardo Aramburú y pensé que nadie le había hecho un perfil, así que me di a la tarea y este es el resultado. La foto inicial es de "El orador ilustrado", las demás fueron producto del trabajo de recopilación de imágenes, la del encuentro fue cedida por Arturo Volantines, la de la SEA es del archivo de Gabriel Indey que cedió a la Casa de la Memoria. Las restantes son del propio escritor.
tremendo trabajo, felicitaciones
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ResponderEliminarMuchas gracias por escribir y compartir este documento. Se lee con el corazón apretado. Gran poeta y mejor persona, don Eduardo.
Con Eduardo , fuimos vocal de mesa creo , entre 10 a 12 veces , y siempre formal y dedicado a que nada quedara en duda y se cumplieran todos los procesos dentro de lo estipulado. Una gran persona y gran amigo.-Lo recuerdo con mucho cariño .-
ResponderEliminarMi padre, Jaime Palleras fue parte de ese tiempo cultural, de hecho me acuerdo de un paseo que fui con ellos a la la Casa Jotabeche, donde estuvo Andrés Sabella, quien conocía a mi padre desde que eran jóvenes, cuando mi padre era hombre de radio, en Santiago.Yo iba al bar de Aramburu, a la cola de mi papá y de mi hermana, que se reunían con él, por sus quehaceres culturales. Bellos tiempos, cuando me embelezaba escuchando sus poemas.
ResponderEliminarNotable...diáfano...verídico....es lo menos que se merece este arduo trabajo .Me uno a las felicitaciones tan merecidas y me congratula,de ser parte de su escogido grupo de amistad
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