Anoche soñé con Eduardo, veía su
rostro moreno ahora pálido, estaba acostado, tranquilo, pacífico, yo lo miraba
y le decía que así como estaba podríamos estar ahora siempre juntos, y lo
abrazaba, me tendí junto a él, como cuando era pequeño y me necesitaba para
lograr dormirse. Podía volver a hacerle cariño y era muy bueno.
En realidad no le decía nada, sólo lo pensaba y él lo
entendía. Él tampoco decía nada, pero me transmitía diversos sentimientos con su
presencia.
Así es como ahora veo a Eduardo, cuando viene a visitarme en
sueños, y yo me alegro como cualquier madre que no ha visto a su hijo en tanto
tiempo y él llega sin aviso. Si supiera cuando va a venir le arreglaría una
pieza, o tal vez simplemente le pondría flores. Le cocinaría algo, algo que le
gustara muchísimo y le pediría que no quebrara nada, que estuviera de buen
humor. Pero ya todo eso ha pasado y sólo me quedan los sueños y hablarle de vez
en cuando. Hablarle al viento, a las paredes, a las estrellas, a la niebla. O
pensar conversándole, que es casi lo mismo. Más decente para la imagen, eso sí,
por esa convención de que no se habla sola.
Me pregunto cuánto tiempo durará este recuerdo tan presente.
El olvido avanza, o será el alzheirmer que acecha desde algún rincón.
Después que Eduardo murió, la poca ropa buena que quedó la
regalamos, la botamos, o cualquier cosa que permitiera no tener cajones llenos.
Pero hace días, ordenando la ropa de Bruno le pregunté por una chaqueta que no
era de él, no la reconoció ni supo de dónde había aparecido, luego a Cristian,
que tampoco la conocía. Pensé que era del padre de Bruno y se la mostré en
cuanto tuve la ocasión, pero no la recordaba. Pasaron los días y en cualquier
momento apareció la imagen de Eduardo con esa chaqueta y comprobé con horror
que todos la habíamos olvidado. Sentí terror de olvidar. Pero supongo que así
comienza el olvido.
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