
La película, está narrada por un detective
obsesionado por pasar al historia al encarcelar al poeta comunista, siguiendo
las órdenes del Presidente Gabriel González Videla, mientras la cacería anticomunista desangra al país. Un detective que se ha inventado un apellido,
eligiendo un padre y que entiende perfectamente quien da las órdenes, en Chile
pero también quién se las da al Presidente, un dato no menor en un Larraín, de una
familia que probablemente avala la intervención estadounidense en la
política chilena, en nombre de la libertad, las buenas costumbres, el orden ese de
que siempre los mismos tengan la libertad para hacer lo que tan bien les ha
resultado.
Neruda se ve está escribiendo su leyenda, mientras le deja pistas
del detective haciéndole ver finalmente, que también es uno de personajes, que
lo estaba creando, que él es el autor protagónico mientras el
detective trata de escapar de ese destino de personaje secundario.
La película aborda la construcción del mito, tanto de esos
hechos difíciles, complejos, en que los seres humanos nos vemos al afrontar y tomar
decisiones que cambian nuestras vidas, incluso que la salvarán, como la ley maldita
y la persecución al entonces senador comunista. La respetuosa e incluso
endiosada forma de buscar al bate, quien era capaz de poner en palabras y en
poesía, la resistencia a los hechos, la denuncia, y de alguna manera, transformarse en la
mejor propaganda política al dar directo en el corazón que animará a ese golpeado pueblo. Un Neruda
consciente de su figura, de su sus proyecciones, de la importancia de continuar
y proteger su obra, de teñirla de sangre, de hechos, no se le muestra sufriendo
por los otros, sino más bien acostumbrado a su propios privilegios, los que no duda
en poner en jaque en pos de un fin superior.
Pero este Larraín también nos muestra cómo es relevada la
figura de Neruda, descrita por Picasso como
el organizador de la resistencia en la clandestinidad, escondido en
túneles y bajo puentes, después que lo hemos visto más bien en casas,
departamentos, e incluso algunas correrías nocturnas. El mismo pintor, luego de
su escape lo recibe como un victorioso sobreviviente, un héroe con un liderazgo
de trabajo político que en la película no parece tan clave.
Pero un gran escritor, capa de escribir esta novela en la
realidad de todos los de su época, que con generosidad, hace un policía sagaz,
furioso, incisivo, lleno de pasión muy distante del que podría ser el personaje
real, el que nos está contando la historia, lleno de dudas, complejos, y que
siente que sólo vive en la medida que es nombrado por uno de los grandes, no le
importa el juicio sobre sus acciones, lo verdaderamente relevante es trascender.
Este Neruda humano, desacralizado, no víctima sino un guerrero
en la creación de realidad, relacionado con la burguesía, con prostitutas,
intelectuales, y por supuesto con un partido comunista muy en las sombras, del
que acata sus decisiones, pero sin meterse demasiado en este aspecto de su vida.
Para mí, ese es el punto: la creación de la realidad para
los otros, el mito, en el que Larraín no desliza la duda para quienes esperarían
un relato más en blanco y negro, de discursos acalorados, diálogos febriles, un
héroe más sencillo.
Durante muchos años he escuchado a poetas, intelectuales,
algunos de derecha y otros de los sectores más a la izquierda del partido
comunista, criticar a Neruda. He sentido en
todo eso un dejo en los poetas querer
matar al padre, para poder seguir su propio camino, y en los otros la
necesidad de debilitar la figura central que es para la izquierda, y,
por cierto, un dejo de negación muy característico de los chilenos y chilenas,
que para sentirse inteligentes buscan encontrar algo negativo de ser la persona, o
en la obra.
En fin, yo me quedo con imagen del gran escritor, capaz de
transformar su realidad de perseguido, de víctima en una victoria, para él y
para sus objetivos políticos, sabiendo que era un hombre, humano, que escribía no sólo en
el papel.
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